miércoles, 19 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 12

Como si el blanco y negro se volviese de color. Solo a través de una experiencia cercana a la muerte podía afilarse su percepción hasta ese punto. Solo así podía ser tan consciente de la presencia de Pedro, del calor de su respiración, del aliento que se escapaba de sus labios en cortos jadeos. Había un aura palpable de fuerza en torno a él, algo que, sintiéndose tan débil como se sentía, le proporcionaba fuerza. Con un gemido, apoyándose en las manos, él se arrodilló primero, a continuación se puso en pie y luego se volvió para ofrecerle la mano. Ella se agarró y sintió la fuerza con que tiraba, tan natural en él como electrizante en ella, y que la levantó del suelo. Pedro recogió la manta que ella había dejado tirada, la sacudió y la cubrió primero a ella, para luego abrazarla y cubrirse él también.


–No te lo tomes como algo personal. Es pura cuestión de supervivencia.


–Gracias por la aclaración –contestó con toda la dignidad que le permitía el castañear de dientes–. Pero no tienes que preocuparte, que no tengo intención de aprovecharme de ti. En este momento, te encuentro tan sexy como a un salmón congelado.


–Sigues queriendo tener siempre la última palabra, ¿Eh?


–Siempre que puedo.


Pero en aquel mismo instante notó un golpe de calor que emanaba de su cuerpo, y se acurrucó a su costado. Sus cuerpos, con la ropa empapada y fría, temblaban bajo la manta, y ella apretó la mejilla contra su pecho. Pedro le apartó un mechón.


–Qué asco.


–No ha sido mi mejor entrada, desde luego.


–No me refiero a eso, sino al pelo.


–Ya lo sabía –sonrió–. Hola, Paula.


–Hola, Pedro.


Estando tan cerca como estaban, tanto que podía notar cómo el frío le tenía erizada la piel, también sentía su fuerza innata. El calor estaba volviendo a su cuerpo, y de rechazo, al de Paula. La sensación física de aquella cercanía, de aquel calor compartido, la estaba volviendo vulnerable a otros sentimientos, que esperaba ser capaz de controlar. No era solo desfallecimiento. Su debilidad podía atribuirse a la insensibilidad de sus miembros causada por el frío, que le impedía moverse con rapidez. Incluso la lengua la sentía pesada y rígida. No era que no quisiera volver a moverse. Eso podía achacarse fácilmente al hecho de que sentía los miembros lentos, torpes, paralizados. Era otra cosa, peor que sentirse debilitada. Peor aún que sentirse agarrotada. En brazos de Pedro Alfonso, calada, con su pijama de Winnie-the-Pooh ofreciéndole una protección tan sólida como una toallita de papel mojada, Paula Chaves sintió la peor debilidad de todas, el deseo que se había ocultado a sí misma: el de no estar tan sola. Comenzó a temblar incontroladamente y una especie de sollozo se escapó de sus labios.


–¿Estás bien? –preguntó él.


–No del todo.


No le quedaba más remedio que admitir la verdad ante sí. No era el frío lo que la debilitaba, sino él. ¿Acaso era la vida un bucle interminable, en el que las mismas cosas se repetían una y otra vez? Estaba maldita en el amor. Tenía que aceptarlo, y dedicar su considerable energía y talento a causas que pudieran ayudar a otros, y que, de paso, no le hicieran daño a ella. Se separó de él haciendo acopio de toda su fuerza física y mental. La manta la sujetaba, de modo que apenas pudo crear una separación de un par de centímetros, pero al menos ya no estaban pegados. La historia no se repetiría. Era bueno que por fin estuviera allí. Así tendría oportunidad de enfrentarse a él, de pinchar el globo de las ilusiones que pudieran quedarle y de seguir adelante con su maravillosa vida de hacer el bien a los demás.


–¿Estás herida? –preguntó, apartándola de él y mirándola a la cara.

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