lunes, 10 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 68

Intentó hablar con Pedro al día siguiente cuando éste volvió a comer cargado con una bolsa de hamburguesas. Juntos se sentaron en la mesa del comedor para dar cuenta de la comida rápida. Al principio ella mencionó algunas cosas de pasada, pero él le restó importancia a su preocupación.


—No pienso casarme con P.J. —declaró él con firmeza—. Ya encontraré otra manera de hacerme con el rancho. Y quiero que sigas aquí con Joaquín.


Paula se humedeció los labios y buscó la manera de hacerle entender.


—Creo que debería irme. Tengo la sensación de que podrás negociar mejor con P.J. si yo ya no estoy aquí.


A Pedro pareció sorprenderle y no hacerle ninguna gracia aquella teoría.


—Yo te quiero aquí. Te necesito en mi vida.


—Pedr, para mí no hay sitio en tu vida. Ya tienes demasiadas cosas.


Él restó importancia a sus protestas.


—Paula, P.J. es totalmente irracional, quiere cosas que no puede tener. Y eso es totalmente independiente de que tú estés aquí o no. Ella va a seguir queriendo lo mismo.


Paula sacudió la cabeza, preocupada.


—No sé. Creo que el hecho de que yo esté aquí le hace ser mucho más intransigente. Creo que, si me voy, se mostrará más razonable.


—Ella a lo mejor, pero yo no —observó él—. Si te vas, con quien será insoportable vivir será conmigo —dijo él guiñándole un ojo.


Era evidente que no estaba tomando en serio ninguna de sus protestas, y lo entendía. Pedro no quería que ella se fuera. Sin embargo ella no podía seguir allí. Cuando terminaron de comer, Pedro se fue a una reunión con los abogados y Paula llamó a Agustina para que le diera el número de su canguro. Después llamó a la joven y le pidió que se ocupara de los cuidados de Joaquín a partir de aquel momento. Después entró en su habitación, sacó la caja con el collar y la pulsera de diamantes y se la quedó mirando un largo momento. Después se la llevó a la mejilla y cerró los ojos, recordando lo maravilloso que había sido bailar con Pedro la noche de San Valentín. Fue una noche maravillosa que no olvidaría nunca, pero era parte del pasado. Armándose de valor, entró en la habitación de Pedro y dejó la caja de terciopelo sobre la cómoda.


Cuando llegó la nueva niñera de Joaquín, Paula dedicó una hora a explicarle dónde estaba todo y a que el niño se acostumbrara a su presencia. Después, recogió todas sus cosas en una maleta y miró por última vez a la suite del hotel donde había pasado poco más de una semana. Iba a echarla de menos. Y mucho más echaría de menos a Joaquín. Cada vez que lo pensaba se le caía el alma a los pies. Pero era lo que tenía que hacer, y era el momento de hacerlo. Apenas había salido al pasillo cuando sonó el ascensor. Se tensó, pensando que sería Pedro, pero no era él. Una mujer mayor salió del ascensor y se dirigió hacia donde ella estaba. Era la madre de Pedro. No podía ser otra. Paula la observó durante un momento. Era una mujer alta, de aspecto regio, con más aspecto de pertenecer a la alta sociedad europea que ser una ranchera de Texas.


—Hola —dijo mirando a Paula—. Busco la suite de Pedro Alfonso. ¿Puede decirme cuál es?


—Por supuesto —respondió Paula—. Venga por aquí —la llevó hasta la puerta y llamó al timbre—. Le abrirán enseguida —dijo, y cuando la mujer se volvió hacia la puerta, añadió en voz baja—: Estoy enamorada de su hijo.


—¿Qué has dicho, querida? —dijo la mujer volviéndose a mirarla con curiosidad.


Paula negó con la cabeza y sonrió.


—Nada —dijo—. Ha sido un placer conocerla, señora Alfonso.


Y se alejó rápidamente sin esperar respuesta. 

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