miércoles, 12 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 3

 –Estaba en el jacuzzi con Violeta, mi asistente –respondió, cortante–. ¿Qué puedo hacer por tí?


–¡Pero si no tienes jacuzzi en la oficina! –replicó, aun sabiendo que no debía.


–Pues claro que no. Y tampoco una asistente que se llame Violeta. Lo que tenemos es un tanque de pruebas para los kayaks.


Paula había entrado varias veces en su página web a lo largo de los años. Había logrado canalizar el abandono y la irreflexión y transformarlo en éxito, y seguía divirtiéndose. ¿Quién podía dedicarse a probar kayaks en el trabajo? Pedro siempre había perseguido divertirse, y algunas cosas no cambiaban nunca.


–Esto es importante.


–Lo que yo estaba haciendo también lo es –suspiró irritado–. Algunas cosas nunca cambian, ¿Verdad? La niña mimada del médico, la delegada de clase, la capitana de las animadoras, acostumbrada a salirse siempre con la suya.


Aquella chica, con sus vaqueros de diseño, las mechas de más de cien dólares en el pelo, la miró desde el pasado con cierta tristeza. ¡Qué injusto era lo que le había dicho! En los últimos años había sido de todo menos una niña mimada, y ahora estaba intentando transformar su parte de Books and Beans en un negocio en Internet, mientras alquilaba canoas en su pantalán. Tenía que ocuparse ella misma de pintar su casa y vivía de macarrones con queso. No se había comprado ni una sola prenda nueva en todo el año para ahorrar hasta el último céntimo e intentar poner en marcha su sueño. Y habría protestado airadamente de no ser por una irrefutable verdad: Había mentido para salirse con la suya.


–Es que era imperativo que hablase contigo.


–Imperativo. Ya. Suena muy… Regio. La orden que daría una princesa.


Seguía insistiendo en recordarle quién era antes de que él le destrozase la vida: Una estudiante brillante y popular que no sabía lo que era un problema y que jamás había hecho nada mal. Ni atrevido. Ni aventurado. La idea que la joven Paula Chaves tenía, antes de conocer a Pedro, sobre lo que era pasar un buen rato era salir en busca del vestido perfecto para un baile, y pasar las perezosas tardes de verano en el pantalán con sus amigas, pintándose unas a otras las uñas de los pies.


–Mimada, sí –continuó Pedro–, pero mentirosa, no. Eres la última persona de la que esperaría un engaño.


Ahí sí que se equivocaba. Precisamente había sido él quien había hecho aflorar en ella su lado tramposo el día en que le dijo adiós. Herida y sufriendo porque no le hubiera pedido que se fuera con él, intentando ocultar su terrible sensación de pérdida, le había escupido:


–Yo nunca podría haberme enamorado de un tío como tú.


Cuando la verdad era que ya lo estaba, hasta tal punto que tenía la sensación de que el fuego que ardía en su interior la iba a derretir, a ella y a cuanto había a su alrededor, hasta que no quedase más que una mancha renegrida y pequeña.


–Necesito hablar contigo –insistió, bloqueando los recuerdos de aquel verano y sus días largos y ardientes.


–Sí, ya lo has dicho. Es imperativo.


Parecía dominar por completo el arte del sarcasmo.


–Siento haber insinuado que era tu madre.


–Insinuado –repitió–. Mucho más fácil de digerir que «Mentido».


–¡Es que tenía que pasar por encima del perro guardián que contesta al teléfono!


–Tenía tus mensajes.


–¿Todos menos el de que necesitaba hablar contigo en persona?

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