miércoles, 19 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 14

 –¿Quieres que te diga una cosa, Pedro Alfonso? Entonces eras un cretino, y sigues siéndolo ahora.


–¿Y tú quieres que te recuerde que has sido tú la que me ha rogado que venga?


–¡Yo no te he rogado nada! Solo he apelado a tu conciencia pero, personalmente, me daba exactamente igual que volvieras o no.


–Eras una mocosa malcriada, arrogante y snob, y sigues siéndolo. Te voy a plantear un concepto nuevo para tí –continuó, molesto–. ¿Qué tal si me das las gracias por haberte rescatado? Por cierto, que ya es la segunda vez que lo hago.


–Si necesitase un héroe –espetó sin alzar la voz–, tú serías la última persona en la que pensaría.


Ese comentario debió de dolerle porque le dió la impresión de que se encogía físicamente, y se alegró por ello. ¿Una snob malcriada y arrogante? Pero un velo de indiferencia cayó sobre su rostro y vió cómo aquella sonrisa burlona, que era su marca de identidad le aparecía en la cara. Era una sonrisa que parecía decir: «No puedes hacerme daño, así que no te molestes en intentarlo».


–¿Sabes qué? Si yo estuviera buscando a una dama en peligro, tampoco se me ocurriría pensar en tí. Sigues siendo la hija malcriada del médico.


En aquel instante volvió a sentirlo todo. El abandono. El miedo que la había cercado los meses que siguieron a su marcha. La forma en que la miraron sus padres, que siempre la habían mimado, y que entonces la contemplaban avergonzados y dolidos, como si no hubiera podido desilusionarlos más. El desprecio de los amigos a los que conocía desde el jardín de infancia, que dejaron de llamarla y que miraban para otro lado cuando se cruzaban en la calle. Volvió a sentirlo todo. Y de nuevo tuvo la certeza de que todo ello, hasta el último segundo de sufrimiento, había sido culpa suya.


–Solo para que quede claro, creo que eres tú quien debería estarme agradecido. He venido hasta aquí para salvarte. Eras tú quien estaba en el agua antes.


–No necesitaba tu ayuda.


En fin, que nada había cambiado. Ella seguía siendo, a sus ojos, la chica rica de ciudad pequeña, la hija del médico, una niña mimada, alejada por completo de la realidad en su opinión. Y él seguía siendo el tío que jamás necesitaba nada de nadie.


–Ni ese birrioso intento de rescate –apostilló.


La furia que se le despertó ardía de tal manera en su interior que le pareció capaz de derretir el frío que le congelaba los miembros. Ojalá la hubiera sentido al verle caer del patín de la avioneta. En lugar de correr en su ayuda, de preocuparse por él, le habría servido para meterse en su casa y cerrar la puerta. No lo había hecho, pero a lo mejor no era demasiado tarde para corregir un error. Fingió un llamativo estremecimiento que a sus ojos pudiera volverla vulnerable, necesitada de su calor corporal. Aunque desconfiado, Pedro dejó que se le acercara. Paula puso las dos manos en su pecho y le miró parpadeando varias veces, como si lo invitara a ser su héroe, y cuando lo tenía confiado, empujó con todas sus fuerzas. Gritando sorprendido, Pedro perdió pie y cayó desde el pantalán de nuevo al agua. Con qué satisfacción se dió ella la vuelta, aunque la maldición que le oyó lanzar al aire le confirmó que estaba bien. Miró hacia atrás. ¡Estaba perfectamente! En vez de salir del agua, se estaba quitando la cazadora de cuero que traía y la lanzaba sobre el pantalán para volver nadando al avión, En cuestión de minutos, volvía a tener la situación bajo control, lo cual debía de estarle complaciendo sobremanera. Amarró el avión al otro pilar del pantalán, que no cedió, y sacó de la cabina una única bolsa de equipaje.

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