viernes, 28 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 27

 –¿Ah, no? ¿Y quién me animó a mentir a mis padres, o a escaparme de casa? Me invitaste a fumar, me bebí mi primera cerveza contigo. Incluso…


Por un momento creyó que iba a mencionar lo innombrable, pero no lo hizo.


–Me convertí en la clase de chica a la que nadie quiere ver sentada en el primer banco de la iglesia.


–Eso revelaría más de la iglesia en cuestión que de tí. Yo te recuerdo riendo, despertándote como la Bella Durmiente cuando la besa su príncipe. No es que yo pretenda ser ese príncipe, claro…


–Eso está bien.


–Recuerdo que eras como un reo al que habían puesto en libertad, asfixiada con tanta regla y tanta norma, y que aprendía a ser espontáneo. Creo que era tu mejor versión.


–Esa idea me asusta un poco –dijo, pasándose la mano por el pelo alborotado.


–Creo que las semillas de la mujer que es capaz de pintar su casa de lavanda se sembraron entonces.


–¿Te gusta el color? –preguntó, esperanzada–. Lo habrás visto al entrar, ¿No?


No le gustó la pregunta, ni la sensación de que necesitase la aprobación de alguien para hacer lo que quisiera.


–Lo único que importa es que te guste a tí.


–Ojalá fuese así.


–Recuerdo bien que la señora de Johnson antes era amiga tuya.


–Cierto, pero no pienso admitir responsabilidad alguna sobre la clase de persona que es ahora.


Había pretendido parecer despreocupada, pero no lo había conseguido. De pronto, todo aquello dejó de parecerle divertido. Paula había cambiado, y mucho, pero las personas de su entorno no lo habían aceptado. Y tenía la sensación de que era una transformación que iba mucho más allá del color de la fachada de su casa.


–¿Puedo usar tu teléfono? –le preguntó–. El móvil se me ha escacharrado en el agua.


La expresión de Paula había cambiado de pronto. Parecía deseosa de deshacerse de él pero, después de mirar un momento a su alrededor, le ofreció un inalámbrico. Ahora que había decidido ser un hombre mejor, iba a seguir hasta el final. Pondría a Malena en su sitio y ayudaría a Paula al mismo tiempo.


–¿Kevin? –se dirigió a su asistente–. Sí, me he tomado unos días… En mi pueblo… ¿No sabías que tengo pueblo?… ¿En una cesta en el río? Gracias, colega.


Enarcó las cejas mirando a Paula, pero ella fingió no estarle escuchando.


–Oye, necesito veinte mil dólares en ropa, talla de niño hasta adolescente, y que la repartas entre bancos de alimentos, clubes de chicos y chicas y servicios sociales de Lindstrom Beach, en la Columbia Británica. Asegúrate de que parte llegue a todas las organizaciones benéficas que trabajan con niños en un radio de setenta kilómetros de la ciudad… Sí, donaciones… pues claro que nunca has oído hablar de Chaves Beach… Cuando hayas terminado con ello, si puedes tenerlo todo organizado para mañana, contrata un par de anuncios en la tele y en la radio en los que le des las gracias al Club Náutico de Chaves Beach por ceder sus instalaciones para la Gala del Día de la Madre.


–Gracias, chaval. No sé cuándo volveré, y no te molestes en llamarme al móvil. La he cagado al no traerme una de nuestras cajas estancas. Por cierto, incluye algunas con la donación de ropa. Me compraré un móvil nuevo en unos días.


Paula había dejado de fingir que no le escuchaba. Muy al contrario, lo miraba con los ojos muy abiertos cuando él colgó el teléfono y se lo devolvió. Parecía estar intentando no mostrarse impresionada.


–Admítelo –le dijo–. Ha sido genial. He matado dos pájaros de un tiro.


–No todo el mundo te llama señor Alfonso –comentó ella, complacida–. ¿Dos pájaros?

No hay comentarios:

Publicar un comentario