miércoles, 12 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 5

A veces se pasaba todo el fin de semana allí, solo, y ella no podía ni imaginarse lo que podía ser estar solo a merced de los osos. La semana en que ella ganó el concurso de lengua, a él lo echaron del colegio por decir palabrotas. Cuando cumplió dieciséis años, a ella le regalaron un pequeño Ford, mientras que él se compró con su dinero un viejo descapotable al que le desmontó el motor en el jardín y por lo que se atrevió a plantarle cara a su padre cuando le recriminó que lo hiciera en la calle. Mientras ella se pintaba las uñas, él se fabricaba su propia canoa de madera de cedro en el patio de Mamá Ana. Pero ni una sola vez, ni siquiera en aquel verano en que lo amó, recién graduada en el instituto, le reveló él un solo detalle de la vida que había tenido antes de llegar a la casa de acogida de Chaves Beach.


–En realidad, no me importa si asistes o no a la gala –le dijo, intentando aplastar aquella ridícula esperanza que le estaba creciendo dentro.


Todas aquellas personas que le importaban de verdad a Mamá, excepto él, habían confirmado su asistencia, pero por otro lado su madre le había dicho que estaba de safari en África y que no podría asistir, y muchas otras personas de su antigua vida aún no habían contestado. Y los que lo habían hecho se habían limitado a ofrecerle un escueto «no».


–Siento haberte estropeado tu Día de la Madre.


–¿Cómo que mi Día de la Madre?


–Elegí ese día por su carga simbólica. Aunque Mamá Ana nunca ha tenido hijos propios, ha sido madre muchas veces. Ella es el compendio de lo que significa ser madre.


Eso era solo parte de la verdad. Lo cierto es que ella encontraba el Día de la Madre terriblemente doloroso, y estaba siguiendo la receta de la propia Mamá Ana para enfrentarse al dolor.


–Me da exactamente igual el día que elijas.


–No es cierto.


–Ahora lo recuerdo –dijo con ironía–. Mantener una conversación contigo es como atravesar un campo de minas.


–Sé que piensas que el Día de la Madre les pertenece a Mamá Ana y a tí, y te lo he robado.


–Una teoría interesante –replicó, y el frío de su tono le advirtió que se estaba adentrando en terreno peligroso, pero no pensaba detenerse.


–Siempre das el do de pecho en ese día. Le envías una limusina a recogerla, y la subes a un avión para que se reúna contigo, el año pasado en el concierto de Engelbert Humperdinck en Nueva York.


Llevó la pulsera de la entrada hasta que se le cayó a trozos y durante días no habló de otra cosa. De dónde estuvisteis, de lo que comisteis, así que no me digas que no es tu día. Y que no te molesta que lo haya escogido.


–Lo que tú digas.


–¡Vaya! ¡Reconozco ese tono! Es el de «Ni se te ocurra pensar que me conoces».


–Es que no me conoces. Enviaré un cheque por correo para la causa que haya escogido esta vez. Estoy seguro de que te gustará el importe.


–Y yo estoy segura de que Mamá se alegrará. Seguramente ni se dará cuenta de tu ausencia, ya que todos los demás estarán aquí.


Todos. Mama Ana ha acogido a veintitrés niños a lo largo de los años. Diego Chillington va a hacer una pausa en la película que está rodando. Martín Boylston trabaja en Tailandia, y también va a venir. Ramiro Patterson va a dejar el campamento de fútbol que lleva en Florida para estar aquí.


–Tantas almas descarriadas salvadas por Mamá Ana –ironizó con frialdad.


–¡Ha conseguido cambiar el mundo!


–Paula…


Detestaba que oírle pronunciar su nombre la hiciera sentirse más agotada, que le hiciera revivir el recuerdo en el que se veía a sí misma inclinándose hacia él, temblando de deseo.


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