lunes, 10 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 70

Al día siguiente fue Pedro quien entró.


—Hola —dijo sin dejar de mirarla a la cara desde que entró en la cafetería.


—Hola.


Se plantó delante de ella, con los ojos brillantes.


—Te he echado de menos.


Ella apenas podía respirar.


—Yo también a tí.


Estirando un brazo, Pedro le tomó la mejilla con la mano.


—Pedro, no —susurró ella.


Él se encogió de hombros y retiró la mano.


—¿Quieres tomar algo? —preguntó ella. 


—Claro —dijo él sentándose en un taburete—. ¿Qué tal un trozo de tarta de manzana?


—Marchando.


Era bueno tener algo que hacer con las manos. Le estaban temblando. Paula puso un trozo de tarta en un plato y se lo llevó.


—Gracias.


—De nada.


Se quedó mirándolo mientras comía, con el corazón en la garganta. ¿Por qué estaba allí? ¿Por qué no había ido a buscarla antes? Probablemente porque tenía otras preocupaciones, como el rancho, como P.J.


—Me han dicho que mi madre vino a verte —dijo él levantando la cabeza.


—Sí.


Él esbozó una sonrisa.


—Le caíste bien.


—Me alegro, ella también a mí —dijo Paula. Tras un titubeo, añadió—: Me dijo que Joaquín está bien.


—Oh, sí, lo adora.


—No me extraña.


Se sonrieron el uno al otro.


—Va a ser el niño más mimado de Dallas.


—Estoy segura.


—¿Y el rancho? ¿Ha estado allí?


Pedro apartó el plato.


—Esto es lo más gracioso. Yo no quería llevarla, me asustaba que viera lo hecho polvo que está, pero ella insistió, así que la llevé. Hasta nos acompañó P.J.


—¿Y? ¿Le afecta mucho verlo así?


Pedro negó con la cabeza.


—En absoluto. Para ella, está idéntico a como estaba cuando ella vivía allí.


—¡No! —Paula no podía creerlo. 


—Estaba encantada —continuó él sonriéndole—. Fue corriendo de un lado a otro explorándolo todo, recordando dónde se escondía debajo del porche cuando no quería hacer sus tareas. También nos habló de la vez que encontró una flecha cerca del pozo. A P.J. le contó historias de su madre que ella desconocía, e incluso le enseñó por dónde se escapaban las dos cuando no les dejaban ir a bailar.


Paula estaba sorprendida.


—¿Y cómo se lo tomó P.J.?


—Estaba de lo más emocionada. Se pasó la mitad del tiempo llorando.


—¿P.J.?


Él asintió.


—De hecho, nos va a vender el rancho.


Una oleada de emociones se apoderó de Paula. ¿Qué significaba aquello?


—Gustavo y ella quieren utilizar el dinero para financiar una ampliación de su empresa de catering. Quieren convertirla en la más importante de Dallas —Pedro se encogió de hombros y añadió—: Creo que pronto se casarán.


Paula tuvo que sujetarse al mostrador para no caerse.


—Bueno, me alegro por ellos —dijo parpadeando rápidamente, preguntándose por qué la estaba torturando de aquella manera—. ¿Y tú? ¿Cuándo te vuelves Venecia?


—Lo estamos preparando todo para irnos este fin de semana —dijo él—. Aunque sólo unos días, después volveremos.


—Oh —dijo ella casi sin voz. 


Pedro se levantó.


—Bueno, será mejor que me vaya. Tenemos que recoger muchas cosas. Con sólo lo que tiene Joaquín, podemos llenar todo un avión.


—Me lo imagino —dijo ella con el corazón hundido.


Si Pedro se iba, aquello era definitivamente el final.


—¿Paula?


—¿Sí?


—Joaquín te quiere y te echa de menos —dijo Pedro acercándose a ella. 


Paula sacudió la cabeza, sin entender.


—¿Cómo lo sabes?


Los labios masculinos se curvaron levemente.


—Porque todos te queremos y te echamos de menos.


—Oh.


¿Qué? ¿Qué le estaba diciendo? No entendía nada.


—¿Me das la cuenta? —preguntó.


—No te preocupes —dijo ella—. Yo te invito.


—Vale, gracias —sonrió él—. Entonces sólo te dejaré la propina.


Entonces dejó una cajita en el mostrador.


Paula la miró sin comprender.


—No muerde —le dijo él—. Venga, ábrela.


Ella lo miró aterrorizada.


—Pedro, ¿Qué es?


—Ábrela y lo sabrás —al verla titubear, insistió—: Venga, Paula. Ábrela. Atrévete.


A Paula le temblaban tanto los dedos que apenas podía abrirla, pero al final lo consiguió. Dentro, sobre terciopelo negro, estaba el anillo de diamantes más hermoso que había visto en su vida.


—¡Pedro!


Cuando lo miró, lo encontró de rodillas.


—Paula Chaves, te amo con todo mi corazón —se declaró delante de todos los clientes—. Te necesito en mi vida. Joaquín también te necesita. Tiene una abuela, pero necesita una madre. Así que esto es lo que te propongo, ¿Quieres casarte con nosotros?


—Pedro, por favor, levántate.


—No hasta que me respondas.


—Claro que quiero casarme contigo —dijo ella tirándole de la mano y riendo a la vez—. No puedo creer que hayas tardado tanto en venir a pedírmelo. 

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