viernes, 28 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 30

 «Te prohíbo que te veas con mi hija». Por supuesto, bastó con la prohibición para que idease artimañas cada vez más creativas para poder pasar tiempo con ella. Y que incrementase el disfrute de colarse en aquella misma habitación mientras sus padres estaban dormidos y besarla hasta que los dos se quedaban sin aliento de deseo. Aquel primer encuentro con su padre no fue nada comparado con el último.


–Ha habido una serie de robos en las casas del lago –le dijo–, y en mi casa también va a entrar un ladrón. Después del asalto, la policía encontrará la mercancía robada en tu casa. Serás arrestado y será la gota que colme el vaso para esa casa de los demonios. Siempre he querido comprarla. Algún día, Paula y el hombre con el que se case, vivirán en ella.


Hacía tiempo que Pedro sabía que tendría que marcharse. No había sitio para él en Chaves Beach y nunca lo habría. Le contó a ella la amenaza que había recibido de su padre y le dijo que no podía soportar aquella ciudad ni un minuto más. Fue entonces cuando ella le dijo:


–Yo nunca podría enamorarme de un tío como tú.


¿Le habría convencido su padre de que era un ladrón? ¿Que de verdad era él quien estaba detrás de los asaltos padecidos aquel verano? ¿O habría recuperado la cordura y había acabado dándose cuenta de que no podía funcionar? ¿Que un tío como él nunca iba a poder darle las cosas a las que ella estaba acostumbrada? Había mucho espacio entre ellos, un vacío demasiado traicionero para aventurarse a cruzarlo. Se habían hecho daño el uno al otro, pero tenía la impresión de que él le había hecho más a ella que al contrario. A lo mejor había sido él quien le había arrebatado el sueño de vivir su propio cuento de hadas. Pero es que, cuando la conoció, él ya habitaba en un universo en el que los cuentos no existían. Mejor centrarse en el aquí y ahora.


–Antes, ahí había una pared –dijo. «Y un sofá», añadió mentalmente. No quería mencionarlo. Ni siquiera recordarlo había sido buena idea, pero cayó en la cuenta demasiado tarde.


–Mi madre tiró las paredes cuando mi padre murió.


Lo cual significaba que, técnicamente, ni siquiera estaban en la misma habitación en que lo hicieron. Los fantasmas de su juventud, jadeantes de necesidad, ya no moraban allí. Seguramente no habría sido su madre la que había conseguido la calidad casi tangible de santuario que poseía aquella estancia. Su madre, si no recordaba mal, se parecía bastante a Malena, y aquella habitación habría pasado por las manos de un diseñador de interiores, un profesional que querría lograr el sitio perfecto para recibir a las visitas. E impresionarlas. Pero Paula había creado un espacio ligero y acogedor, un sitio donde leer un libro o pasarse el día en bata. No obstante, la habitación provocaba algo en él que no terminaba de identificar.

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