lunes, 24 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 20

Rápidamente subió las escaleras y se metió en el pequeño cuarto de baño. Cuando volvió a bajar, ya con ropa seca, le tenía ya servido un vaso.


–Bébetelo. Te quitará el frío.


–No tengo frío.


–¡Vas a pillarte un buen resfriado! –protestó, con los brazos cruzados.


No tenía sentido explicarle que los catarros no tenían nada que ver con el frío, sino con ponerse en contacto con los cientos de virus que andan por ahí, y que seguramente no escogerían las gélidas aguas de Sunshine Lake como habitat. Tomó el vaso y, tapándose la nariz, vació su contenido, que cayó como una bomba en el estómago.


–¡Por amor de Dios, pero si es schnapps! –exclamó con los ojos llenos de lágrimas.


–Es obstler –confesó sonriendo–. No ese pipermint azucarado que beben aquí. Éste lo hago yo con manzanas y hierbas.


Desde luego si había algún virus despistado navegando por su organismo, fuera cual fuese su origen, habría quedado aniquilado.


–Con la receta de mi abuela –continuó explicando–. Anda, llévale un poco a Paula. Ya se lo tengo preparado.


Y le entregó una pequeña botella marrón de su elixir secreto.


–No pienso ir a ver a Paula.


Después de su encuentro en el muelle, cuanto menos tuviese que ver con ella, mejor. Hubiera querido pensar que, después de todo aquel tiempo, la chica para la que no había sido lo bastante bueno, no tendría poder alguno sobre él. Había visto mundo. Había alcanzado éxito. Estaba convencido de que Paula y su universo no serían más que una mota de polvo del pasado. Lo que de ninguna manera se esperaba era el aluvión de sentimientos que había experimentado al verla. Aun calada hasta los huesos, medio congelada, verla en el pantalán llamándolo le había provocado una sensación tan fuerte que el corazón había estado a punto de salírsele del pecho. Seguía teniendo la misma cara de una belleza fuera de convencionalismos, pícara, que inspiraba confianza, lo bastante para lograr que un hombre bajase de inmediato la guardia y quedara en un estado tal de indefensión que pudiese hacerle acabar en el lago por el empujón de una persona que pesaba, como poco, treinta kilos menos que él. Una pena antigua afloró a la superficie, con bordes afilados como cuchillos. «Jamás podría enamorarme de un tío como tú». Ese era el problema de volver a un sitio que se creía haber dejado atrás: que las viejas heridas no acababan nunca de sanar, sino que esperaban. Y aquellas palabras, viniendo de labios de Paula, la chica a la que le había confiado su corazón maltratado…


–¡Tiene que tomárselo! No querrás que se pille una pulmonía.


Dado que no quería contarle por qué no quería ver a Paula, quizás había llegado el momento de explicarle cómo funcionaban los virus, aunque por otro lado, sabía que esa explicación caería en oídos sordos.


–Es hija de un médico. Seguro que sabe lo que necesita.


Pero ella siguió mirándolo, inflexible.


–Mamá, seguramente sea ilegal fabricar este brebaje, y mucho más dárselo a beber a nadie.


Seguía con los brazos cruzados y, de pronto, le atacó por otro flanco:


–¿Has intentado hablar con tu madre, schatz?


Él la miró sin saber qué contestar.

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