lunes, 17 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 8

 –Bueno, no ha ido mal.


Paula colgó, sintiendo un inconfundible alivio. Hasta aquel momento había cargado ella sola con la preocupación que sentía por la salud de Mamá Ana y ahora la había compartido, pero ¿Con Pedro? Él representaba la pérdida de control, una visita al lado salvaje, y se daba cuenta de que nada de eso había cambiado. Si simplemente se hubiera limitado a asistir a la gala, ella podría haber mantenido la sensación de control ya que, desde el día que la oyó murmurar junto a la ventana, no había dejado de vigilar a Mamá Ana como un halcón. Aparte de la siestecita que se echaba después de comer, lo cierto era que parecía tan enérgica y lista como siempre. Si le habían dado una mala noticia de carácter médico, su atenta observación la había convencido de que debía tratarse de alguna enfermedad de avance lento, desde luego, no de la clase de dolencia que requería que Pedro lo dejase todo para salir corriendo. Aún faltaban dos semanas para el Día de la Madre. Dos semanas que le habrían dado tiempo.


–Tiempo ¿Para qué? –se preguntó con sequedad.


Pues para prepararse. Para estar lista. Aunque, en el fondo, era consciente de una incómoda verdad sobre Pedro Alfonso: Que no había modo de prepararse para él. Aquel hombre era una fuerza de la naturaleza, como un tornado. Miró a su alrededor. Hacía un año que había vuelto a casa, y tenía la sensación de que por fin las cosas parecían empezar a encajar. Estaba dando los primeros pasos para alcanzar su sueño. En la mesa del comedor, que no había usado una sola vez para comer desde su vuelta, había una colección de objetos donados para subastar en la gala del Día de la Madre. Y también había una montaña de documentos, el aluvión de papeles necesarios para registrar una organización benéfica. También guardaba una fotocopia de la solicitud de recalificación de la zona para poder así abrir su casa, inútilmente grande, y compartirla así con las mujeres jóvenes que necesitasen un santuario. Uno de sus tres gatos dormitaba al calor de un rayo de sol que venía a parar en la madera del suelo, delante de la vieja chimenea de piedras de río. Un jarrón con tulipanes cortados en el jardín, cuyas pesadas cabezas curvaban airosamente los finos tallos sobre los que florecían, prestaban su luz a una mesita de centro hecha de madera basta. Un libro descansaba abierto en el brazo de su sillón favorito. No había ni rastro de catástrofe en aquella escena tan bien ordenada, pero no era algo que ocurriera así sin más, sino que había que trabajarse a fondo aquella clase de vida. De hecho aquella escena parecía indicar que había conseguido por fin recoger los pedazos rotos de su vida anterior. Y por «vida anterior» no entendía su compromiso roto con Iván Kennedy. No se le aparecía ante los ojos la foto de su prometido corriendo por la calle de Glen Oak sin tener ni idea de lo que ella estaba pensando. Lo que veía era la imagen de un chico marchándose, siete años atrás.


A la mañana siguiente, en el porche, acurrucada en una tumbona, con una taza de café en la mano y tapada con una manta a cuadros, disfrutaba del sabor de su bebida mezclándose con el olor dulzón de la leña de abedul que debía de estar quemándose en la chimenea de Mamá Ana y que salía en forma de humo por encima de su tejado. El canto de los pájaros se mezclaba con el lejano runrún del motor de un avión. ¿Qué querría decir exactamente con «Estaré ahí en cuanto me sea posible»?


–Relájate –se dijo en voz alta.

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