viernes, 7 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 64

Pedro la besó suavemente, en un gesto casto y puro que resultaba casi insoportable. Al mirarlo a la cara, Paula se dió cuenta de que era mucho más que guapo. Era honesto, íntegro, y en sus ojos brillaba un vehemente deseo de hacerla feliz. Sin embargo, ella todavía no estaba segura.


—Pero no necesito regalos para saberlo —protestó ella.


—No, no los necesitas, pero me hace feliz regalarte diamantes. ¿No puedes permitirme siquiera esa felicidad?


Paula lo miró y al final no pudo evitar echarse a reír.


—Oh, Pedro. ¿Siempre te sales con la tuya?


—Por supuesto.


Sirvieron la cena, que consistía en un exquisito plato italiano a base de cerdo guisado en una salsa de pinot noir acompañado de una cremosa pasta con salsa de queso y una ensalada. La cena iba acompañada de vino tinto, y durante la misma, Pedro y Paula hablaron y rieron. Cuando terminaron de comer, bailaron al ritmo de la música melodiosa del guitarrista. Los diamantes brillaban y sus destellos se reflejaban en los espejos de la sala. Era una velada mágica, pero ella era consciente de que pronto acabaría.


—Este ha sido el día de San Valentín más perfecto de mi vida —dijo ella al final para darle las gracias.


—Bien —Pedro le besó en los labios—. ¿No muy normal y corriente?


Ella negó con la cabeza.


—En absoluto —estiró el brazo y le acarició la cara con el dorso de la mano—. Oh, Pedro —empezó, sintiendo la necesidad de expresar lo que sentía.


Pero no tuvo la oportunidad. Antes de poder decir otra palabra, la voz de P.J. resonó por todo el salón.


—Así que esto era lo que estaban tramando —exclamó la joven plantada en las puertas abiertas del salón con las manos en las caderas—. Tenía que haberme dado cuenta.


Pedro echó a andar hacia ella.


—P.J., ¿Qué haces aquí?


—Venir a buscarte, ¿Qué si no? Es el día de San Valentín, pero veo que ya te has dado cuenta —P.J. estaba que echaba chispas por los ojos—. ¿No crees que deberías haber estado conmigo? Yo soy la mujer con la que vas a casarte.


Pedro se detuvo y la miró con ojos helados.


—P.J., nunca te he hecho ninguna promesa y lo sabes.


—Es ella, ¿Verdad? —gritó P.J. señalando a Paula—. Es por ella. Te has enamorado de ella, ¿Verdad? —se volvió hacia Paula—. Si no fuera por tí, este asunto ya estaría totalmente controlado —dió un paso hacia ella sacudiendo la cabeza con gesto amenazante—. Mira, me he mantenido al margen y he sido tolerante. Sé que le gustas tú, no yo. Pero pensé, no importa, si quiere divertirse un poco, que se divierta. Eso no me preocupa, pero quiero tener el anillo de boda en el dedo, y el certificado de matrimonio en la mano. Después, que haga lo que le dé la gana.


—P.J., te estás poniendo en ridículo —le dijo Pedro sin alzar la voz, controlándose con evidente esfuerzo.


—¿Ah, sí? —con un gesto cargado de altivez, P.J. se echó la melena pelirroja hacia atrás—. Pues a ver si te enteras de una vez. Se acabó tanta tontería. Quiero una fecha para la boda, y la quiero ya. O puedes irte olvidando de que tu madre recupere su querido rancho.


—Vete de aquí, P.J., no estás invitada —le dijo Pedro, furioso.


—Ten cuidado, Pedro. Mi paciencia no es infinita.


—Bien, porque tampoco debería serlo. Y ya que estamos, permite que te lo explique más explícitamente —se plantó delante de ella con las piernas separadas y los brazos a los lados—. No voy a casarme contigo. Nunca. Si eso significa que mi madre tenga que olvidarse de recuperar el rancho, ése será el precio que tendremos que pagar. 

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