miércoles, 19 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 11

Paula se había pasado la vida entera en el agua. Tenía una medalla de bronce en una competición, e incluso habría podido ser socorrista si su padre no hubiera considerado ese trabajo indigno de su posición. Nunca había sentido miedo del agua. Y en aquel momento, mientras se hundía, no sintió terror, sino una especie de resignación. Los dos iban a morir, lo que pondría un broche trágico y romántico a su historia: tratando de salvarse el uno al otro, tras todos aquellos años de separación. Inesperadamente sintió sus manos, fuertes, seguras, alzándola por la cintura. La cabeza salió del agua y tosió, antes de sentirse empujada sin más ceremonias a las ásperas tablas del pantalán. Y allí se quedó, con los brazos pillados bajo el pecho, las piernas colgando, sin fuerzas siquiera para levantar la cabeza. Sintió que la empujaba una vez más por las nalgas, un gesto poco romántico donde los hubiera, y se quedó tirada allí boqueando, tosiendo. «Pedro sigue en el agua». Giró la cabeza en su busca, pero no lo vió. Sus manos aparecieron desde abajo y logró izarse. Quedaron tumbados el uno junto al otro, respirando a duras penas, y al poco cayó en la cuenta de que su nariz casi se rozaba con la suya, hasta tal punto que podía ver las diminutas gotas de agua que se le habían quedado pegadas a sus espesas pestañas. Tenía unos ojos increíbles, casi negros de puro marrones. La línea de su nariz era perfecta, y la barba incipiente, que también había retenido minúsculas gotitas de agua, realzaba la curva de los pómulos y la firme recta de la mandíbula. Bajó la mirada a la curva sensual de su boca, y se sintió como drogada, imbuida de un deseo irreprimible de tocarla con la suya.


–Vaya… La pequeña Pauli Chaves. Tenemos que dejar de vernos así.


La canoa en la que él remaba volcó y fue ese accidente lo que los unió tantos años atrás, la niña buena y el chico malo, el menos probable de los amores.


Una semana después de la graduación, tras obtener todos los galardones posibles y el reconocimiento de sus compañeros, Paula cayó en la cuenta de que la diversión se había terminado. Todos los planes estaban hechos, e iba a ser su último verano de libertad, como todo el mundo le decía, medio en broma, medio en serio. Había salido sola con su canoa, algo que nunca hacía, pero una sensación de vacío la había empujado a hacerlo. Tenía la impresión de que la vida se le escapaba, como si estuviera encajando en los planes que otra persona había trazado para ella, sin preguntarle si era lo que de verdad quería. Se desencadenó una tormenta, y no vió el tronco que flotaba bajo las aguas hasta que fue ya demasiado tarde. Pedro estaba acampado y la vió remando, y saltó a su propia canoa para ponerse a palear como un poseso intentando alcanzarla antes de que colisionara con el tronco. La sacó del agua, sin saber cómo lo logró sin volcar su propia embarcación, y la llevó a su tienda, donde se sentaron junto a la lumbre en espera de que las aguas del lago se calmaran para que ella pudiera volver a su mundo. Pero, en realidad, nunca terminó de volver. Paula estaba en el punto de madurez justo para apreciar lo que él le ofrecía: una vía de escape de una vida que había sido cuidadosamente diseñada para ella, con un patrón predecible que allí, en la otra orilla del lago, junto a su salvador, le pareció una forma de muerte. Durante toda su vida, quienes la rodeaban solo habían visto en ella a la persona que querían que fuese, una convicción que llenaba una especie de necesidad que había en ellos. Hasta que apareció Pedro y, sin esfuerzo aparente, logró ver a través de todo hasta llegar a lo real. O así les pareció. Pero estando en aquel momento allí, empapada, respirando a bocanadas, tirada en un pantalán podrido junto a él, se sintió igual que en aquel momento del pasado. Como si todo su mundo cobrase vida.

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