miércoles, 19 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 13

Ya echaba de menos el escaso calor que había empezado a generar su cuerpo, y hubo de aferrarse a su fuerza física y mental para resistir el deseo de dejarse abrazar de nuevo.


–Estoy bien.


–A mí no me lo parece.


–No estoy herida, sino avergonzada.


Su expresión era de pura exasperación.


–¿Se puede saber quién está a punto de ahogarse y siente vergüenza?


Los dos en peligro de muerte, ¿Y a ella le preocupaba su pelo, o que pudiera tener el aspecto de una rata a medio ahogar? ¿El pijama que llevaba puesto? ¡Todo había vuelto a empezar! La necesidad incapacitante que solo él había sabido ver. ¿No había estado deseándolo desde entonces? Tanta insistencia en que asistiera a la fiesta en honor de Mamá Ana, ¿Era en verdad por ella, o por sí misma, por volver a sentir sus brazos rodeándola? Temblando, intentando ahogar aquella parte de sí misma que lo único que deseaba era volver al abrigo de sus brazos, se recordó que sentirse así había estado a punto de destrozarla, que había tenido repercusiones de largo alcance que habían roto su familia y habían dejado su vida tambaleándose.


–Todo esto ha sido culpa tuya –le dijo, y menos mal que él se lo tomó al pie de la letra.


–Yo no tengo la culpa de que no sepas recepcionar un lanzamiento.


–¡Menuda birria de lanzamiento!


–Pues sí. Por eso precisamente no tendrías que haber intentado alcanzar el cabo. Te lo habría vuelto a lanzar.


–Y tú no deberías haberte tirado al agua. El frío podría haberte paralizado. Me sorprende que no haya pasado, la verdad. Los dos nos habríamos visto en un apuro.


–Se tienen diez minutos en un agua tan fría antes de quedarse congelado. Además, yo no soy tan sensible al agua fría como la gente. Remo en aguas bravas, y creo que eso me ha quitado la sensibilidad. No pensarás que iba a quedarme tan tranquilo en el patín viendo cómo te ahogabas, tú o cualquiera.


–No iba a ahogarme –espetó, aunque apenas habían pasado unos minutos desde que estaba convencida precisamente de lo contrario–. Llevo toda la vida viviendo en el lago.


–¡Ah, claro! –exclamó, dándose una palmada en la frente–. ¿Cómo se me ha podido olvidar eso? No solo llevas toda la vida en el lago, sino que tres generaciones de tu familia han estado viviendo aquí antes que tú. Los Chaves no se ahogan, y además mueren como han vivido: Una muerte respetable que les llega en la misma cama en la que nacieron, y en la ciudad de la que no han salido prácticamente nunca.


–He vivido en Glen Oak seis años –le recordó.


–¡Glen Oak nada menos! A una hora de aquí. Hay quien piensa que Chaves Beach es el barrio veraniego de Glen Oak.


¿Por qué demonios habría mordido el anzuelo? ¿Por qué se había dejado reaccionar ante él? Pedro se había marchado de aquella ciudad, cerrando la puerta a la posibilidad de abrirse a los demás. Aquel verano habían jugado con fuego los dos. Ella se había quemado y él había decidido largarse, sin tan siquiera haberle dicho una sola vez que la quería.

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