viernes, 28 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 26

 –Ahora yo soy la señora Johnson –dijo, mostrándole una mano cargada de anillos–. No lo olvides: Cóctel el viernes. Hay que ir vestido, por cierto.


–No me digas que no se puede entrar desnudo.


–¡Ay, Pedro, qué cosas tienes! ¡Chao, chao, chicos!


Y al volverse se encontró con Paula en el suelo, fingiendo estar muerta.


–¡Por amor de Dios, Paula! –la reprendió, levantando delicadamente una pierna por encima de su cuerpo inerte–. A ver si creces, que este hombre es el dueño de una empresa multimillonaria.


Y se marchó dejando tras de sí un rastro asfixiante de perfume.


–¡Por amor de Dios, Paula! –la imitó Paula–. A ver si creces.


Y volvió a reír. Las defensas de Pedro se derrumbaron estrepitosamente, como lo haría un castillo levantado con bloques de construcción infantiles, y cedió a la tentación de jugar un poco.


–Oye, que soy el dueño de una empresa multimillonaria. Un poco de respeto.


Y también se echó a reír. Era curioso lo bien que se sentía riendo con Paula.


–Se te da de maravilla el teatro –le dijo mientras se acercaba para ofrecerle una mano y ayudarla a levantarse. Tiró con tanta fuerza que colisionó con él al ponerse en pie, y por segunda vez en el mismo día, sintió la suavidad de sus curvas.


–¡Pedro –imitó entre risas–, siempre te he adorado!


–La última vez que me miraste así, a continuación me tiraste al lago.


Paula dejó de reír.


–¿De qué iba todo eso? –le preguntó él, secándose las lágrimas de risa.


–Pues, al parecer, si se te ocurre pintar las paredes de tu casa de malva, ya no puedes alquilar los salones del club náutico.


No le parecía que esa fuera la historia completa, pero no indagó más.


–¡Chao, chao, chicos!


Y volvieron a reírse.


–Hacía mucho tiempo que no me reía tanto.


–¿Ah, no? ¿Y eso por qué?


Inesperadamente, protegerse a sí mismo dejó de parecerle tan importante como veinte minutos antes, cuando cruzaba el césped para devolverle el dinero.


–La verdad es que no tiene gracia ninguna –dijo ella, seria de pronto–. La he cabreado, y no…


–Mucho –añadió él, pero Paula no rió más.


–Y tengo un servicio de comidas que viene a ocuparse de la fiesta desde Glen Oak, pero necesitan tener unas instalaciones certificadas en las que poder manipular alimentos, y la escuela no dispone de ellas.


–No te preocupes. Lo arreglaremos.


–¿Arreglaremos?


–Le he dicho a Malena que he venido por la fiesta.


–Pero no es cierto.


–He visto el estado en que se encuentra la casa de Mamá, así que creo que me voy a quedar un poco más de lo que había pensado.


–La verdad es que está hecha una pena. Me quedé de una pieza al verla cuando volví. He hecho cuanto he podido, pero…


–Y te estoy agradecido. Muy agradecido. Aunque te aconsejo que sigas con tu trabajo y no cambies de profesión.


–Se pondría loca de contento si te quedaras unos días. Y si además asistes a la gala, ni te cuento.


Sí, Mamá se alegraría muchísimo, pero la posibilidad de quedarse unos días obedecía a algo más que a darle una vuelta a su casa. Ver a esa barracuda atacar a Paula le había despertado el instinto protector, y eso no era lo que pretendía. Solo quería devolverle el dinero y largarse. Quería saborear el hecho de que hubiera perdido el favor de sus amigos pijos. Pero le asombró darse cuenta de que no solo no le sentaba bien descubrir el alejamiento entre Paula y su círculo, sino que era un hallazgo doloroso. Mamá Ana se sentiría orgullosa: a pesar de su inclinación natural al mal, parecía estar ganando peso su tendencia también innata a la bondad.


Paula pareció darse cuenta de pronto de que estaba en bata y demasiado cerca de él, y dió un paso atrás.


–Malena tiene razón. Qué vergüenza. No sé por qué me he comportado así. A lo mejor ha sido por tu culpa. Siempre has sabido sacar lo peor de mí.


–Vamos a dejar las cosas claras: Ni Malena tiene razón, ni yo he sacado nunca lo peor de tí.

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