miércoles, 5 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 59

No era toda la verdad, pero Paula no quería volver a recordar todo aquello.


—Aunque me daba miedo lo que pudiera pasar. Porque a veces se ponía tan furioso que daba miedo, y era imposible saber qué podía llegar a hacer. Y el último día, estaba totalmente fuera de sus casillas.


Paula cerró los ojos al recordar, y entonces su voz cambió y sonó como si fuera la de un autómata.


—Tomó a Candela en brazos y salió corriendo al coche. Yo salí corriendo detrás de él, suplicándole que la dejara, pero él la dejó en el asiento de atrás y puso el coche en marcha. Candela lloraba desconsoladamente, y yo estaba frenética. Conseguí meterme en el coche antes de que él pudiera echar el seguro de las puertas, y entonces aceleró. Yo intenté pasar al asiento de atrás para sujetar a la niña y… —Paula cerró de nuevo los ojos, viendo la escena como si hubiera ocurrido el día anterior—. Nos estrellamos contra una valla y después un árbol.


Paula se estremeció y miró a Pedro. La mirada de él estaba cargada de compasión y reflejaba el dolor femenino. Eso la reconfortó.


—Puede que fuera por mi culpa —se apresuró a añadir ella—. No estoy segura. Yo sólo quería sujetar a Candela, ni siquiera se me ocurrió que podía estar interfiriendo con la conducción. No puedo culparle sólo a él.


—Yo sí —le espetó Pedro, y echó a andar de nuevo.


—Estuve una semana en el hospital, con un par de costillas rotas y lesiones en varios órganos internos —Paula se encogió de hombros—. Yo me recuperé, ellos no —respiró profundamente—. Al principio no me dijeron que Franco y Candela habían muerto. Yo no hacía más que preguntar por ella.


Tenía los ojos llenos de lágrimas, y creía que ya no le quedaban más lágrimas. Pero siempre había más. Pedro estaba saliendo del salón.


—¿Dónde vas?


—Ya se ha dormido —dijo en voz baja—. Voy a dejarlo en su cuna.


Paula asintió y se levantó para seguirlo. Cuando llegó a la habitación del pequeño, éste ya estaba en la cuna y tapado. Pedro se volvió y la tomó en sus brazos, depositando una lluvia de besos en su cara y murmurando palabras de consuelo en italiano. Ella se echó a reír, todavía con lágrimas en los ojos. Cuando él la besó en la boca, ella reaccionó y le besó a su vez, ofreciéndole toda su pasión y toda su alegría. Pero sólo por un momento.


—No —dijo ella apartándolo—. Pedro, no.


Él murmuró algo en italiano. Paula no entendió las palabras, aunque sí su significado, y negó de nuevo con la cabeza.


—No —repitió—. Pedro, vas a casarte con P.J. No podemos.


Esta vez el italiano fue una palabrota que Paula entendió perfectamente, pero él la soltó y después le tomó la mano.


—Deberías llevar anillos —dijo él con intensidad—. Deberías tener joyas preciosas que hagan juego con tus preciosos ojos. Deberías estar envuelta en diamantes. 


Paula soltó una carcajada. Estaba loco.


—No necesito joyas —dijo ella—. No hacen más que estorbar.


Movió la cabeza y la volvió a besar. Esta vez Paula lo apartó con suavidad pero con firmeza y lo llevó hasta la puerta de la habitación.


—Buenas noches, Pedro —le dijo—. Será mejor que vayas a dormir.


—Sí —aceptó él a regañadientes—. No lo olvides. Mañana por la mañana iremos al rancho.


—Me levantaré pronto —prometió ella.


Él esbozo una sonrisa.


—Yo también. No tenemos otro remedio. Tenemos que seguir los horarios de Joaquín, ¿No?

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