lunes, 17 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 6

 –No me interesa formar parte de una especie de reality show en versión de Chaves Beach. ¿Qué tienes pensado para después de la cena de gala? No, déjame adivinarlo. Los chicos que pasaron por sus manos se irán levantando uno a uno para dar testimonio de cómo su amor los redimió.


Vaya. Eso se parecía demasiado a lo que tenía pensado. ¿Por qué narices tenía que hacer que pareciera algo chabacano y untuoso, en lugar de edificante e inspirador?


–Pepe…


–Ya nadie me llama Pepe –cortó.


–¿Y cómo te llaman entonces?


–Señor Alfonso.


No podía creerle, sobre todo porque seguía oyéndose una especie de jolgorio a sus espaldas. Le estaban entrando ganas de colgarle el teléfono, y lo iba a hacer a no mucho tardar.


-Muy bien, señor Alfonso. Ya te he dicho que no me importa que no te presentes. Sé que es demasiado pedir que hagas un hueco en tu apretada agenda para honrar a la mujer que te aceptó salvándote con ello del desastre.


Silencio.


–Pero sé lo mucho que la quieres, y que has estado pagándole las facturas.


Le oyó respirar enfadado.


–Aparte de tu costumbre de celebrar con ella el Día de la Madre, sé que la llevaste a París por su setenta cumpleaños.


–Paula, estoy empapando el suelo y tengo frío, así que abrevia, por favor.


Hacía mucho, mucho tiempo, había intentado con una desesperación tan cargada de amargura que casi podía sentir su sabor en la lengua, hacerle hablar de sus secretos. Una noche, tumbados en la arena del borde del lago, con sus aguas negras lamiendo despacio la orilla mientras se apagaban las ascuas del fuego que habían tenido encendido, le había pedido que le contara cómo había ido a parar a casa de Mamá Ana.


–Maté a un hombre –le confesó en voz baja, y en el silencio atónito que siguió le oyó reír, con aquella risa tan sensual, tan turbadora, esa risa tras la que escondía su verdadera esencia, y añadió–: con mis propias manos.


Y a continuación intentó distraerla con unos besos que quemaban más que aquel fuego. Pero lo que nunca había sido capaz de darle era lo que ella más necesitaba: Su confianza. Y esa era la verdadera razón de que le hubiera dicho que nunca podría amar a un chico como él. Porque, aun siendo todavía joven, había sabido reconocer que le ocultaba una parte esencial de sí mismo cuando ella no le había escondido nada. Si él decidía considerarla una esnob que lo miraba por encima del hombro, a pesar del tiempo que habían pasado juntos aquel verano, allá él. Aun así, recordar los besos prohibidos que habían disfrutado años atrás le provocó un escalofrío, aunque nadie deseaba menos que ella que Pedro volviera por allí.

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