miércoles, 19 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 15

Desde luego no quería que la pillara observándole. Es más, ¿Por qué lo hacía? Otra prueba más de la debilidad que le hacía sentir, cuando lo que en realidad debería estar haciendo en aquel momento era meterse bajo el agua caliente de la ducha. Estaba en su puerta cuando oyó el grito de Mamá Ana.


–¿Qué pasa aquí?


Se volvió y la vió caminando por el pantalán, la mano sobre los ojos a modo de visera para protegerse del sol. Y cuando la vio pararse y que una sonrisa iluminaba su rostro arrugado, el frío desapareció de su cuerpo.


–¿Schatz?


Pedro estaba ya de pie en el pantalán, quitándose la camiseta para escurrirla, una vista desafortunada para una chica que intentaba no dejarse impresionar. Tenía un cuerpo absolutamente perfecto, con el agua resbalando por los pectorales y las curvas bien definidas de sus abdominales. Soltó la camiseta empapada, corrió hasta el césped y se detuvo delante de Mamá Ana con una sonrisa tan brillante que habría podido iluminar todo el lago. Mamá Ana le acarició la mejilla y él la tomó en brazos como si fuera una pluma para darle unas vueltas en el aire hasta que la hizo reír como a una jovencita.


–¡Me estás mojando! –protestó, encantada–. ¡Bájame, cabra loca!


Cuando lo hizo, la mujer se colocó el pelo y lo miró con tanto afecto que Paula sintió algo que le quemaba detrás de los ojos.


–¿Por qué estás empapado? ¡Te vas a poner malo!


–Tu pantalán se ha roto cuando he intentado amarrar el avión.


–Deberías haberme avisado de que ibas a venir –le reprochó.


–Quería darte una sorpresa.


–¿Y ves lo que pasa? Que acabas en el agua. Si me hubieras avisado, te habría dicho que amarrases en casa de Paula.


–No creo que quiera que deje el avión en su casa.


Solo ella entendió el sentido de sus palabras.


–No seas tonto. Sabes que no le importaría.


Podría haberle jugado una mala pasada contándole a Mamá Ana lo que había ocurrido de verdad, sabiendo que su madre jamás aprobaría que, a aquellas alturas de temporada, se lanzase a alguien al agua, pero no lo hizo.


–Estoy congelado. Espero que tengas un apfelstrudel recién sacado del horno.


–Tendrías que haberme dicho que venías para que lo tuviera recién sacado del horno. Pero eso no es lo que necesitas ahora.


–¿Y qué necesito, Mamá? –preguntó él, y ambos sonrieron compartiendo la misma magia que los había unido siempre.


–Una cucharada de elixir.


Pedro se fingió aterrorizado. Volvió a por la bolsa y la camiseta y, pasándole un brazo por la cintura, entraron juntos en la casa. Paula entró también en la suya, aún con la picazón en los ojos por el amor y la devoción que había visto entre ellos, y que brillaba con tanta intensidad como el sol de la mañana. Esa era la razón de que se hubiera tomado tantas molestias para lograr que viniera. Y si había habido un motivo oculto tras ese deseo, había quedado revelado en aquel breve instante en que se había sentido rodeada por sus brazos. Una vez revelado, podía guardarlo en un sitio que le permitiera defenderse de él como si la vida misma le fuese en el empeño. Como así era.


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