miércoles, 5 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 58

 —¿O sea, que te estás sacando la licencia para trabajar como agente inmobiliaria? —preguntó él interesado—. ¿Por qué? En la actualidad la inmobiliaria está prácticamente muerta.


—Lo sé, pero siempre se recupera. Todo el mundo necesita un lugar donde vivir. Y yo quiero estar preparada cuando eso ocurra.


Pedro asintió, y su optimismo le gustó. Era una de las cosas que le gustaban de ella.


—Entre tanto, no me importa trabajar de camarera —dijo ella con una sonrisa—. Es un trabajo honrado que me permite ganar un sueldo decente siempre y cuando sólo tenga que mantenerme a mí misma. 


Joaquín eligió aquel momento para empezar a hacer ruiditos, y los dos se echaron a reír.


—No parece que se esté durmiendo —dijo Pedro.


—Todavía no —dijo ella—. A veces tardan un rato.


—Ahora me toca a mí —dijo Pedro estirando los brazos para tomar al niño—. Tú siéntate y háblame de tu matrimonio.


Paula lo miró a los ojos.


—¿Por qué lo quieres saber? —preguntó ella.


Él le rozó la mejilla con la palma de la mano.


—Porque todo lo relacionado contigo me interesa —le dijo.


En cuanto pronunció las palabras se dió cuenta de que era cierto. Nunca había conocido a una mujer como Paula, y nunca había tenido una relación como aquélla. Le gustaba, quería hablar con ella, quería saber más de ella. Eso nunca le había ocurrido con ninguna mujer.


—Siéntate y habla —dijo, y empezó a caminar con Joaquín en brazos.


Paula se sentó. Normalmente no le gustaba hablar de su pasado, pero en aquel momento las palabras empezaron a fluir con total naturalidad.


—Conocía a Franco desde siempre, desde el instituto. La verdad es que no tenía excusa —dijo con un suspiro—. Sabía cómo era, pero supongo que como todas las chicas jóvenes pensaba que el amor podría con todo, que el matrimonio lo cambiaría. Estaba convencida de que yo podría cambiarlo, que mi amor le enseñaría a ser de otra manera.


—¿Cambiar en qué sentido? —preguntó Pedro.


—Cambiar para dejar de ser un borde, supongo —dijo ella con una breve risa—. Cambiarlo para que fuera una persona decente, un buen marido, y un buen padre, pero eso no ocurrió, por supuesto.


—Casi nunca ocurre —observó él.


Ella asintió.


—Vivir con Franco era como vivir con un géiser humano. Nunca sabías cuándo iba a estallar, pero lo que era seguro era que estallaría. Y cada vez por un motivo diferente.


Pedro se tensó.


—¿Fue violento contigo?


Paula titubeó. No merecía la pena recordar todo aquello.


—Sólo un poco.


Miró a Pedro y vió las venas hinchadas en el cuello masculino. Por ello se apresuró a añadir:


—Conocía bien las causas. Su padre fue un alcohólico, y él tuvo una infancia muy difícil. Siempre crees que el amor y la bondad pueden curar ese tipo de cosas, pero no suele ser así. No es suficiente para superar todo el daño que te puede hacer tener una infancia así.


Era curioso, pero Paula nunca había contado aquellos detalles a nadie, ni siquiera a Agustina.


—Tampoco quiero que creas que fue todo una agonía terrible. También pasamos muy buenos momentos juntos. Me hacía reír, y estaba loco por Candela —la voz de Paula se enterneció al recordar a su hija—. Candela era una niña perfecta, tan redondita y sonriente, y él estaba orgulloso de ella. Sin embargo… —su voz se entrecortó—. Cuando lloraba, él se ponía furioso. No podía soportarlo. Era como si creyera que la niña lloraba para enfurecerlo, y yo hacía lo imposible para evitar que llorara —se estremeció al recordar terribles escenas del pasado—. A veces empezaba a romper cosas, y después se iba.


Pedro se detuvo delante de ella y la miró.


—¿Pero no te hizo daño? ¿Ni a la niña?


—No, físicamente no. 

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