lunes, 24 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 16

Por el rabillo del ojo, Pedro había visto cómo Paula presenciaba su encuentro con Mamá.


–¿Es Paula? –preguntó Mamá Ana, siguiendo la dirección de su mirada.


–Sí. Tan molesta como siempre.


–Es una buena chica –insistió su madre.


–Entonces, ha llegado a ser lo que quería.


Pero ya no era una chica, sino una mujer. De eso no tenía ninguna duda. Aun en aquellas circunstancias había notado los cambios. Seguía siendo rubia, pero ya no llevaba la melena suelta hasta rozarle el inicio de los senos. La verdad es que, pegado al cráneo después del remojón, no parecía gran cosa, pero estaba dispuesto a apostar que llevaba uno de esos cortes de pelo ultra sofisticados que realzaría la belleza de sus increíbles ojos verdes y la perfección de sus facciones. Y era consciente de que había tenido que ignorar con gran esfuerzo la añoranza que le había asaltado de cómo era antes. Había perdido la constitución fibrosa y delgada de una corredora de larga distancia y redondeado sus formas, un hecho que había notado a su pesar al pegarse ella en busca de calor. ¿Seguiría creyendo que lo más arriesgado que podía hacer una persona era meterse en el lago desnuda bajo la luz de la luna llena, arriesgándose a ser detenida y quedar expuesta a la humillación pública? ¿Qué le haría reír ahora? En el instituto parecía ser el centro de todo, desenfadada y popular, y su risa era tan honda y feliz que hasta los pájaros se detenían a escucharla. Pedro hizo una mueca para sí mismo. Había roto aquel hechizo hacía ya mucho tiempo. ¿Por qué entonces había sido tan reacio a devolver sus llamadas? ¿Por qué tanta aversión? Y si eso era cierto, ¿Por qué habría tenido que revelarle, a ella precisamente, que su padre se dedicaba a abrir zanjas? A lo mejor semejante confesión había contribuido al desastre del pantalán.


–¿Qué hace? –preguntó Mamá Ana, preocupada–. Me parece que también está mojada, ¿No?


–Los dos hemos acabado en el agua.


–¿Y eso?


–Una comedia de errores. No te preocupes, Mamá.


Pero su madre estaba decidida a preocuparse.


–Debería haberse venido a casa para que yo la cuidara. A ver si se va a resfriar.


Mamá Ana seguía preocupándose de todo el mundo, excepto, quizás, de sí misma, y miraba la casa de Paula como si estuviera pensando en ir. La hierba de las dos casas parecía ser una sola, y eso era nuevo. El doctor Chaves se había tomado grandes molestias para marcar los límites de su jardín, con el propósito de evitar cualquier asociación con la casa de al lado. A pesar de que ahora compartía el césped con la destartalada casa de su vecina, el domicilio de los Chaves seguía pareciendo sacado de una revista de decoración. Se habían añadido unas hermosas cristaleras en la parte trasera de la casa, y bajo una hermosa terraza a varias alturas, se extendía un césped de hierba recién nacida que se remataba con un mar de tulipanes amarillos y rojos que se derramaban en una suave pendiente hasta la arena blanca de su playa privada. El pantalán en forma de ele, cuya madera el sol ya había vuelto gris, estaba rodeado por una docena de canoas puestas boca abajo. ¿Qué pintarían allí? Mamá Ana le había contado que Paula vivía sola desde que volvió a su casa, un año atrás.

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