miércoles, 5 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 57

Pedro la miraba preocupado. Fue a dejar al bebé de nuevo en la cuna, pero éste empezó a lloriquear de nuevo.


—Oh, oh —dijo Paula mirando al pequeño—. Me parece que ésta va a ser una de esas noches.


—¿Cómo una de esas noches? —repitió Pedro.


—Vamos a tener que pasear.


—¿Qué quieres decir?


Paula le sonrió.


—Ahora lo verás. Yo me ocupo del primer turno, así tú puedes observar y aprender. O volver a la cama si quieres —añadió—. Como quieras.


Paula le cambió el pañal y le puso un pijama limpio. Después intentaron dormirlo de nuevo, pero, tal y como se había temido, Joaquín estaba totalmente despierto y con ganas de juerga.


—Me temo que no hay nada que hacer —dijo ella sonriendo—. Vamos a tener que convencerlo para que se duerma.


Lo envolvió en la manta y se lo apoyó en el hombro, después fue hacia el salón. Pedro la siguió y se sentó en el sofá mientras ella empezaba a pasear con el niño en brazos.


—Esto les encanta —le dijo ella—. Cuanto más paseas, más contentos se ponen.


—¿Pero se duermen?


—Ah, ése es el objetivo, pero pueden tardar un buen rato —besó la cabecita morena del bebé—. Yo me pasé noches enteras paseando a Candela. Por suerte, me parece que a Joaquín no le costará tanto dormirse.


Pedro la observaba en silencio. Tras un rato, le dijo:


—Nunca me has hablado mucho de tu matrimonio, Paula. ¿Cómo era tu marido?


—¿Franco? —Paula se mordió el labio. No era uno de sus temas favoritos—. Un hombre como cualquier otro.


—Hay una cosa que me ha llamado la atención —dijo él. Se puso en pie y se acercó a ella. Le tomó la mano y le separó los dedos—. No llevas anillos. ¿Por qué? Siendo viuda, lo normal es que quieras tener un recuerdo de tu matrimonio.


Paula se miró los dedos desnudos y asintió lentamente.


—Antes los llevaba —dijo.


—¿Y ahora?


Paula le miró a la cara.


—Los vendí.


Pedro entrecerró los ojos, buscando algo en la expresión femenina que le ayudara a comprender.


—¿Vendiste tus anillos de prometida y de casada?


—Sí.


Joaquín empezó a moverse y Paula retiró la mano de la de Pedro y echó a caminar de nuevo.


—Tenía un juego de anillos de boda precioso, con un diamante incrustado —continuó ella—, pero los vendí. Me sirvieron para terminar de pagarme la universidad y empezar a sacarme la licencia de agente inmobiliario. Franco nunca llegó a imaginar que financiaría mi nueva vida.


En parte Pedro tenía razón con los anillos. Si ella hubiera valorado su matrimonio, habría guardado los anillos, por muchas dificultades económicas que hubiera tenido, pero ella hacía tiempo que no lloraba a Franco, al menos por las razones que debiera. Cuando él murió, ella ya sabía que tendría que separarse de él. Él le había hecho la vida imposible y su comportamiento terminó con el amor que había sentido por él. Ahora, cuando lo pensaba, no podía creer cómo había podido estar a su lado durante tanto tiempo. ¿Qué le había hecho seguir con él, consciente como era de que era cada vez más irracional? El temor a admitir el fracaso, probablemente. 

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