lunes, 31 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 32

 –¿Tienes una organización favorita?


–¿Por qué? No querrás un recibo.


Le vió darse la vuelta y pensó que quizás se había sentido insultado e iba a marcharse. Qué alivio. Pero lo que hizo fue acomodarse en uno de los sillones. O mucho se equivocaba, o había decidido quedarse solo por el placer de verla incómoda. Por lo menos, se había alejado de la documentación. Parecía totalmente relajado, contemplando el paisaje que se colaba por su ventana. Paula ladeó la cabeza. A ver quién cansaba a quién. Un libro descansaba abierto sobre uno de los brazos, y Pedro hizo ademán de ir a curiosearlo, pero ella se lo arrebató, aunque no con la rapidez necesaria.


–Una lectura interesante tratándose de una chica que ha dejado de creer en los cuentos. ¿Bailar con un príncipe?


Iba a defender su elección cuando él cambió de asunto.


–Me gusta cómo has dejado la casa –dijo–. Tiene el encanto de una cabaña de esquí, en lugar de parecer una casa victoriana. Dudo que haya sido cosa de tu madre. Y mucho menos la elección del color de la fachada, sorprendentemente bohemio para este rincón del bosque.


–Apenas se ha secado la pintura y los vecinos ya me han hecho saber que no les gusta que me deje llevar por mi lado salvaje y secreto.


Y volvió a cobrar cuerpo el peligro, haciendo crepitar el aire. Su lado salvaje y secreto se entretejía con su historia común. Con aquellas noches calurosas de verano en que habían descubierto sus cuerpos, fundiéndose el uno en el otro. Vio que él tenía la mirada puesta en sus labios y el recuerdo le resultó abrasador. La sorpresa de lo que deseaba fue absoluta, porque quiso ser salvaje, saborearlo solo una vez más, olvidarse de las precauciones.


–Nunca me habría imaginado que tu vida sería así, Paula.


–¿Ah, no?


–Me habría imaginado algo más tradicional: Una casa grande, un marido siempre ocupado y un montón de críos: Niñas que llevar a clases de ballet, chicos a los que convencer de que no dejen ranas en el fregadero de la cocina…


Paula no contestó.


–Pensaba que llevarías una vida muy parecida a la de tus padres, rodeada por la gente con la que creciste. Copas los viernes en el club náutico, esquí acuático los fines de semana del verano, esquí en las montañas en invierno.


Ella lo miró alzando las cejas.


–Me sorprende que pensaras en mí.


Entonces le tocó a él quedarse callado. La vista que se contemplaba a través de la ventana parecía retener su atención.


–Un hombre nunca olvida su primer amor –dijo al fin.


–No sabía que yo hubiera sido tu primer amor.


–¿Cómo no ibas a saberlo? Aquellas semanas fueron una locura, Paula. Me despertaba pensando en tí, me dormía pensando en tí. Pasábamos juntos todos los momentos del día. Tenía la sensación de no poder respirar si tú no estabas allí para darme aire.


–Nunca llegaste a decirme que me querías –replicó en voz baja.


–Es que nunca se lo he dicho a nadie. Ni siquiera a Mamá.


–¿Nunca se lo has dicho?


–Creo que no.


–¡Ya te vale!


–En fin… Esos días quedan ya en el pasado.


Sí, así era, y remover aquellos recuerdos no traería nada bueno. Ya el corazón le latía acelerado con oírle admitir que se había pasado día y noche pensando en ella.


–¿Y qué hace la Paula adulta para divertirse?


La pregunta la pilló desprevenida.


–¿Para divertirme?


–Recuerdo que siempre estabas en el centro de todo, aunque las diversiones de aquel entonces a mí me parecieran un poco ridículas: La guerra de agua en el césped del instituto, el lavado de coches con fines benéficos, la excursión de tres días en bici a Bartlett, o en canoa hasta Point. Recuerdo una noche que estaba yo en casa de Mamá y que tú tenías aquí un grupo de chavales. ¿Sabes lo que me resultaba increíble? ¡Que consiguieras hacerles cantar a todos! Ellos, que se creían lo más de lo más, cantando canciones infantiles…

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