viernes, 7 de enero de 2022

Seducción: Capítulo 63

Dos horas más tarde, los dos, con Joaquín en el carrito, se dirigían hacia el ascensor.


—¿Has hablado con tu madre? —preguntó ella.


—No. Resulta que está pasando el día con una amiga, pero le he dejado un mensaje para que me llame lo antes posible.


—Bien. Ahora dime, ¿Dónde vamos?


—No pienso decir ni una palabra —dijo él—. Debería vendarte los ojos. Para que te llevaras una sorpresa de verdad.


—No, de vendas nada —dijo ella—. Prometo quedarme tan sorprendida como quieras.


Paula había pensado que comerían en alguno de los restaurantes del hotel, pero jamás se imaginó que fuera en un salón de conferencias privado. Cuando Pedro abrió las puertas dobles, ella contuvo el aliento. El espacioso salón estaba elegantemente decorado en tonos rojos y blancos, con globos y guirnaldas blancas que colgaban de las vigas y envolvían las columnas. En el centro había una mesa con una lujosa vajilla de porcelana china y cubiertos de plata, mientras que en una esquina un guitarrista empezó a tocar románticas melodías en cuanto ellos entraron. Ella no sabía qué decir. Nunca había visto nada tan hermoso. Se volvió a Pedro con los ojos brillantes.


—Feliz día de San Valentín —dijo él.


—Oh, Pedro, gracias, es precioso.


Pedro le dió un beso en los labios y la acompañó a la mesa, dejando el carrito junto a ella. Por suerte, Joaquín se había quedado dormido en cuanto salieron de la habitación, por lo que ella tendría tiempo para dedicárselo a él y a la maravillosa cena que había encargado. Paula tapó al niño con la manta, y al incorporarse vió una caja de terciopelo en la mesa delante de ella.


—Pedro —dijo ella, en tono de advertencia.


—Es sólo un regalo de San Valentín —dijo él.


Con el corazón en la garganta, Paula abrió la caja y quedó prácticamente deslumbrada por el destello de los diamantes.


—¿Qué?


—Permíteme que te ayude.


Pedro se puso detrás de ella para ponerle el collar, sorprendentemente ligero para una joya que llevaba tantos diamantes. Paula se miró en el espejo que había en la pared de enfrente y apenas podía respirar. Nunca había visto nada tan hermoso.


—Y para hacer juego con el collar… —Pedro metió la mano en el bolsillo del traje y sacó una pulsera a juego—. Uno sin el otro no estaría completo —dijo él poniéndosela en la muñeca.


—Oh, Pedro —Paula estaba totalmente abrumada—. Oh, Pedro, no puedo…


—Claro que puedes —dijo él con firmeza. Se agachó, apoyando una rodilla en el suelo, y continuó—: Paula, no me insultes rechazando el regalo. Me lo puedo permitir. No tienes que sentir ninguna obligación especial conmigo. Ni gratitud, ni nada por el estilo. Sólo es un regalo. Una muestra del afecto que siento por tí, y sabes de verdad que es un afecto real. 

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