miércoles, 26 de enero de 2022

No Esperaba Encontrarte: Capítulo 22

Lo cual era cierto. Ya no era la chica que dejó al marcharse, del mismo modo que él no era ya el mismo hombre. Oyó el ruido del agua al caer y pensó que estaría duchándose, lo cual era una suerte porque le ahorraba otro encuentro con ella. Ya no eran críos. Respetaba a Mamá, pero no podía tomarse todos sus deseos como una orden. Paula se encontraría con la botella y ya decidiría. Si tardaba un rato en volver, no le preguntaría si había cumplido o no el encargo, y con un poco de suerte, se habría olvidado también de lo de su madre. Dejó el frasco delante de la puerta y se acercó a ver las canoas. No eran particularmente buenas, y tenían calidades y colores dispares. Entonces vió el cartel, bastante nuevo, adosado a un poste como el que se había roto en casa de mama. Paula’s Lakeside Rentals. La línea siguiente detallaba precios y normas. ¿Paula alquilaba canoas? Desde luego, estaba claro que no la conocía. Ni de lejos. De hecho, parecían haberse intercambiado los papeles. Él había logrado alcanzar el éxito que anhelaba, mientras ella cortaba la hierba de su casa y la ajena y se ganaba el sustento alquilando canoas. Debió de experimentar al menos un momento de satisfacción por ello, un poco de resarcimiento. Pero fue preocupación lo que se despertó en él, lo cual era un asco. Miró la casa. Aún se oía correr el agua. Empujó una de las canoas con el pie. Los remos estaban dentro. Subió, de un empujón se separó del pantalán y comenzó a palear hacia el otro lado del lago. Aún más que el abrazo de Mamá, el deslizar silencioso de la canoa sobre el agua despertó en su interior lo que más temía: la sensación de haber echado de menos aquel lugar, la convicción de que, por mucho que hubiera intentado dejarlo atrás, aquel era su hogar. Una hora más tarde, después de examinar la casa en busca de rastros de vida y convencerse de que no había nadie dentro, devolvió la canoa al pantalán. Se sentía como un ladrón al recorrer los metros que le separaban de la puerta trasera de su casa. El elixir ya no estaba. Podría decírselo a Mamá con la conciencia tranquila, pero la sensación de ser un ladrón no se alivió ni siquiera dejando un billete de veinte dólares debajo de una piedra en la canoa.


–¡Eh! –gritó Paula–. ¡Espera!


Se volvió con las manos en los bolsillos. Parecía molesto e impaciente.


–¿Qué haces?


–Me he llevado una de tus canoas y te he dejado el dinero del alquiler debajo de una piedra –explicó, como si fuera obvio.


–No te he dado permiso para llevártela.


–¿Es que tengo que hacer un test de personalidad?


Por debajo del sarcasmo creyó detectar una nota de dolor. Después de tanto tiempo, ¿todo iba a seguir igual entre ellos? «Jamás podría enamorarme de un tío como tú». No. Él era un hombre de éxito y de mundo, y llevaba escrito en cada poro de su piel que le importaba un comino lo que pudieran pensar de él.


–Yo no he dicho eso, pero no puedes llevarte una canoa sin más.


–No me la he llevado sin más. Te he pagado por ello.


–Es que tenías que haberme dicho dónde ibas. ¿Y si no hubieras vuelto?


–Llevo recorriendo estas aguas desde los catorce años, y he bajado en kayak por las aguas más peligrosas del planeta. Creo que me puedes confiar una de tus canoas, ¿no te parece?


«Confiar». Esa era la palabra mágica, el ingrediente que faltaba entre ellos.

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