miércoles, 29 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítuo 46

 —Lo siento, Paula, pero no entiendo lo que estás diciendo.


—Me cuesta abrirme y, si lo hiciera, sería porque habría algo entre nosotros. No tenemos esa clase de relación.


—Eres importante para mí, Paula.


—No me refiero a amistad.


Pedro sacudió la cabeza al caer en la cuenta.


—¿Quieres decir que solo te abres si tienes una relación con alguien? ¿Si no, no hay nada?


—No eres alguien con quien pueda abrirme fácilmente.


«Por favor, Pedro, entiende lo que te estoy diciendo».


—No quiero que me apartes de tí.


—Pero no puedo abrirte mi corazón. 


Pedro se echó hacia atrás en su asiento y respiró hondo.


—Esto es por Micaela.


—Por supuesto.


—¿Te mantienes distante por ella, verdad?


—Mantengo las distancias que tú deberías estar manteniendo, Pedro.


Aquel comentario debió de afectarle, porque el color desapareció de su cara. Pero no puso excusas ni se defendió.


—Paula, ¿Qué te han hecho? —preguntó sorprendiéndola.


—¿Quién?


—Tu familia, los hombres de tu pasado… Pareces querer todo o nada. No puedes tener amistades sin poner reglas.


—No me han hecho nada.


Lo cual no era del todo cierto. Lucas la había apartado de todos sus amigos con la excusa de querer estar solo con ella. Su padre había hecho lo mismo con su madre hasta el día en que ella le había tirado sus cosas por la ventana. Ambos hombres y las lecciones que de ellos había aprendido, la habían marcado.


—Todavía tengo valores. No han cambiado porque haya decidido tomar las riendas de mi vida.


—Tú has buscado esta amistad —dijo él.


Paula suspiró. Sabía que era cierto. Era ella la que había abierto la puerta a aquello el día de la ceremonia de entrega de las condecoraciones.


—¿Pero dices que solo puede ser superficial?


¿Cómo podía ser tan ciego un hombre inteligente?


—Tienes una esposa, Pedro.


—No estoy proponiendo nada ilícito, Paula. Los amigos juegan un papel diferente, tienen otro grado de intimidad.


Paula se puso de pie y apoyó las manos en la mesa.


—Para mí no. Si dejo que entres en mi vida, todo se complicará. ¿Es eso lo que quieres?


Pedro se quedó contemplando la pasión que reflejaban sus ojos. Por un instante deseó que las cosas se complicaran.  Pero Paula tenía razón: Intimar con ella emocionalmente no iba a hacerles bien a ninguno de los dos. No debería admirar la fuerza de su personalidad o maldecir la suya. Lo que debía tener en cuenta era que aquella increíble mujer estaba fuera de su alcance. Y no había otra cosa que deseara más.


—Así que ¿Es así como debe ser? ¿Debemos mantener una distancia prudencial?


—¿No te parece que es lo más sensato? —dijo Paula volviéndose a sentar en el banco.


—No si eso supone no poder conocerte.


Paula se estaba convirtiendo en una de las personas más importantes de su vida y apartarla no era una opción a considerar.


—Me gustas, Paula. Me gusta cómo piensas diferente que yo en algunas cosas, pero no en las esenciales. No me gusta que no podamos ser amigos solo por Micaela. 

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