lunes, 6 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 4

 —¿Lista, Paula? Cúbrete la cabeza.


Se rodeó la cabeza con su brazo libre y se giró hacia la puerta. Detrás de ella oyó un crujido, seguido por el estallido del parabrisas trasero y, a continuación, pequeños trozos de cristal cayeron sobre ella. Se enderezó y por el retrovisor vio cómo Sam doblaba los asientos traseros y se inclinaba hasta donde ella estaba atrapada. Unos segundos más tarde, apareció entre los asientos delanteros, asomándose entre los brotes de la rama del árbol.


—Hola —dijo junto a su oreja. 


Sintió ganas de llorar al verse rescatada, al tenerlo a su lado, y trató de controlarse.


—Lo siento…


—No lo sientas. Estás en una situación extraordinaria. Es normal estar asustada.


No se daba cuenta. ¿Cómo iba a hacerlo? No se sentía asustada. Se sentía absurdamente aliviada solo por tenerlo allí. Y eso la alteraba más que todas las horas de miedo que había pasado antes de que él llegara. ¿Cuánto tiempo hacía desde la última vez que se había sentido a salvo con un hombre?


—¿Recuerdas lo que te ha pasado, Paula?


—He tenido un accidente. Me he salido de la carretera.


—Así es. Tu coche ha caído por un barranco. La parte trasera está encajada en la pendiente y la delantera ha caído sobre un árbol.


—Haces que parezca una nimiedad —susurró.


Era una descripción completamente diferente a la violenta sacudida que había vivido dentro de su coche. Se giró para ver su cara, pero no tenía buen ángulo y le dolía si se giraba más.


—Intenta no moverte hasta que haya estabilizado tu cuello —dijo y se estiró para ajustar el retrovisor y verla a través del espejo—. Quiero que me mires a los ojos, Paula. Concéntrate.


Miró al espejo y se encontró con su intensa mirada azul, preocupada y compasiva. Al menos, le parecía azul. Podían haber sido de cualquier color, teniendo en cuenta la escasa luz.


—Ahora, mira mi dedo —dijo él, moviéndolo de derecha a izquierda y de delante a atrás.


Ella siguió el movimiento del dedo enfundado en el guante a través del retrovisor y, por un segundo, volvió a mirarlo a los ojos. Eran unos ojos increíbles. Solo de mirarlos se sentía más tranquila, y más mareada.


—De acuerdo —dijo satisfecho.


—¿He pasado la prueba?


Pedro alzó la cabeza lo justo para que Paula adivinara por el espejo una sonrisa en sus labios.


—Y con nota. Estás en muy buena forma para estar incrustada en un árbol. 


Sintió sus rodillas en el respaldo del asiento y oyó cómo revolvía en el botiquín que había llevado consigo.


—Necesito hacerte un examen físico, Paula. ¿Te parece bien?


—Puedes hacer lo que quieras.


Por el rabillo del ojo y bajo la tenue luz de la cabina, lo vió quitarse los guantes y sacar un collarín de su bolsa.


—Solo es por precaución —dijo antes de que ella pudiera empezar a preocuparse. 

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