lunes, 13 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 11

 —Ambos se excedían protegiéndome. De hecho, crecí pensando que era lo normal. No fue hasta que me fui de casa que supe que a los otros niños se les permitía cometer errores.


—¿Cuántos años tenías cuando te fuiste de casa?


—Veintidós.


—¿Así que fuiste valiente, tomaste la iniciativa y te fuiste de casa?


No había sido fácil dejarlos, así que sí, había sido valiente. Pero después, había vuelto a meterse en una pesadilla con Lucas.


—De todas formas, es lo mismo porque mis padres no están aquí para verlo —bromeó—. Solían encerrarme y nunca me dejaban salir de casa.


«O si no, me utilizaban como motivo para enfrentarse en el juzgado».


—Al menos, reconóceles el mérito de que hayas llegado hasta aquí de una pieza —murmuró él.


Paula sonrió antes de hacer una mueca de dolor.


—Eso si no tienes en cuenta que tengo una pierna rota y un hombro dislocado, además de una contusión en el pecho.


—Sin mencionar el corte de la frente.


«¿De veras?» Alzó la mano y se tocó el surco pegajoso que le corría hasta las pestañas. Eso explicaba el escozor que había sentido en los ojos. ¿Qué aspecto tendría? Debía de tener la cara llena de moretones y polvo del airbag. Quería mirarse en el espejo, pero un gesto de vanidad en aquel momento no tenía sentido. Y quedaría en evidencia su interés por saber si Pedro la estaba mirando como mujer o como una persona a la que había que rescatar.


—Ven…Pedro se metió entre los asientos delanteros de nuevo y le limpió el corte con una gasa húmeda.  Luego, unió los dos lados de la herida y la cubrió con un esparadrapo. Después, siguió limpiándole la sangre seca de la ceja. 


Paula aprovechó la ocasión para respirar junto a él y percibir su olor.


—En breve, volverás a estar guapa.


La tentación de mirarle a los ojos teniéndole tan cerca le resultaba sobrecogedora. Pero le resultaba un gesto demasiado íntimo, así que bajó la vista a sus labios antes de desviar completamente la mirada. Así fue cómo reparó en la peca que tenía al lado izquierdo de la nariz. De repente fue consciente de la tensión que se había formado entre ellos y trató de encontrar algo que decir.


—La verdad es que es la primera vez que alguien me dice eso a la luz de una linterna.


Pedro frunció el ceño al reparar en que la luz de la linterna se había debilitado tanto que parecía el resplandor de una vela. Se quedó mirando, sorprendido de no haberse dado cuenta antes. Entonces, se giró para rebuscar en su equipo.


—No tiene nada que ver con el color de tus mejillas —dijo, sacando otra linterna y colocándola junto a la anterior.


La luz iluminó el coche y el árbol al otro lado del parabrisas, sin que se vislumbrara nada más. Paula tragó saliva.


—Pareces tranquila a pesar de las circunstancias.


—Se me da bien disimular, pero no significa que no tenga miedo.


Pedro permaneció quieto y la fuerza de su mirada atravesó el cristal del espejo, cortándole la respiración.


—No voy a dejarte, Paula.


—Lo sé.


—Estaremos fuera en un par de horas.


—Muy bien —dijo ella no muy convencida.


—¿No me crees?


—Me gustaría creerte.


—¿Confías en mí? 


No hay comentarios:

Publicar un comentario