lunes, 13 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 15

 —En absoluto. Nuestros trabajos no son tan distintos.


Pedro la miró frunciendo el ceño.


—Ambos salvamos vidas. Tú salvas cuerpos, permitiendo que vivan unas cuantas décadas más. Yo preservo sus historias a perpetuidad para sus familias. La gente aporta más cosas al mundo que su genética.


Por eso era un delito que su vida estuviera empezando a la avanzada edad de veinticinco años. Había perdido mucho tiempo.


—¿Cuál es tu historia, Paula Chaves? ¿Qué estás haciendo en las montañas? 


—Trabajar. Acabo de recoger los datos de una historia y durante las próximas semanas tengo que escribirla —dijo y miró a su alrededor—. Al menos, es lo que debería hacer.


—¿Siempre lo haces en sitios apartados?


—Quería estar un tiempo a solas. He alquilado una casa en el lago Brady.


Pedro arqueó las cejas.


—¿Y qué tal te está sentando ese tiempo a solas?


Le sentó muy bien reír. Siguió riendo más tiempo del necesario y acabó tosiendo. Sam volvió a tomarle el pulso.


—No hay nada mejor para replantearse la vida que estar a punto de perderla.


Había pensado en tomarse un tiempo para reflexionar acerca de por qué había dejado que otros controlaran su vida. Quería tener tiempo para pensar. De nuevo, volvieron a quedarse en silencio hasta que de repente cayó en la cuenta.


—¿Puedes ver mi bolso, Pedro?


Él miró a su alrededor.


—¿Dónde está?


—Estaba en el asiento del pasajero.


—¿Qué necesitas? ¿Tu cartera?


—Todo eso se puede reemplazar. Tengo la vida de alguien ahí.


—¿La historia de la persona en la que ibas a trabajar?


Paula asintió. 


—Todas mis notas estaban en un lápiz de memoria.


—Lo buscaré —dijo él—. Al fin y al cabo no tengo otra cosa que hacer.


Volvió a asomarse entre los asientos y se estiró hacia el suelo del pasajero, alumbrando con la linterna. Al hacerlo, el coche se movió. 


—¡Pedro! —gritó Paula, pero el dolor de su pecho le impidió decirnada más. 


Por la radio se oyó un frenesí de actividad. Pedro se quedó quieto antes de volver lentamente a su sitio. Luego, dijo algo al transmisor que tenía en el cuello que Paula no fue capaz de comprender. Su corazón latía con tanta fuerza que estaba segura de que estaba a punto de salírsele del pecho.  Podía haber provocado que cayeran al suelo y ¿quién sabía lo altos que estaban? ¡Y todo por un bolso! Sus ojos se llenaron de lágrimas.


—Lo siento, Paula —dijo Pedro, respirando pesadamente y acabando de enderezarse—. Ya lo buscaré cuando saquen el coche.


Ella sacudió la cabeza, incapaz de hablar, incapaz de perdonarse el haber puesto a ambos en peligro.


—¿Paula? —dijo mirándola con más atención—. ¿Te has hecho daño? ¿Te ha vuelto el dolor?


Paula negó con la cabeza, demasiado asustada para hablar. Aquel arranque de actividad había provocado que volviera a sentir dolor. 

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