lunes, 20 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 26

 —Prepárese, señor Alfonso.


El maestro de ceremonias acabó su discurso y el agricultor avanzó en el escenario y recibió la medalla del gobernador. Fue entonces cuando Pedro se dió cuenta de la importancia de aquello y de la razón que tenía su jefe. Aquel reconocimiento iba dedicado a cada uno de sus compañeros que habían arriesgado su vida por los demás. El público aplaudió mientras el condecorado abandonaba el escenario y el maestro de ceremonias miró hacia ellos para asegurarse de que estaban preparados. Respiró hondo.


—Nuestro próximo galardonado pasó una larga y peligrosa noche dentro de un coche tambaleante y suspendido en un acantilado para asegurarse de que su conductora saliera de allí con vida. 


De repente se oyeron aplausos y se encontró avanzando por el escenario. Ante él había un montón de rostros que estaban allí para acompañar a otros galardonados y dispuestos a celebrar los méritos de otros. El maestro de ceremonias seguía hablando, detallando la hoja de servicios de Pedro, pero no le estaba prestando atención. Levantó la mirada para saludar al gobernador y trató de disimular su nerviosismo.


—Gracias, Gobernador.


Luego, su mirada se desvió hacia el otro lado del escenario. La sombra seguía esperando.


—Y hoy está aquí, para entregar a Pedro Alfonso su medalla, la mujer cuya vida salvó en las montañas de Tasmania, la señorita Paula Chaves.


El foco alumbró hacia Paula que, aunque nerviosa, caminó con determinación. Pedro se concentró en su respiración. Llevaba una falda amarilla, una blusa blanca muy femenina y unos zapatos de tacón que le daban unos cuantos centímetros que no necesitaba. Cayó en la cuenta de que nunca la había visto de pie. Se la había imaginado más menuda, aunque su estatura era perfecta para la mujer fuerte y valiente con la que había pasado la mayor parte de aquella noche. Se había cortado el pelo. Una de las cosas que más recordaba era haberle tenido que apartar una y otra vez su larga melena rubia para tomarle el pulso. Se sentía incómodo ante el escrutinio de tantas personas mientras Paula cruzaba el escenario hacia él. Hacía un año, la había visto vestida informal, con la piel manchada de sangre y polvo del airbag. No estaba preparado para aquella visión. Estaba perfectamente arreglada y maquillada. Estaba muy guapa. Y lo mejor de todo era que estaba viva. Advirtió que mantenía la cabeza gacha para evitar mirarlo a los ojos y que sus labios no sonreían. Tenía las manos cerradas en puños y parecía estar a la defensiva. ¿Le dolería algo o, al igual que él, no se sentía cómodo ante tanta gente?


—Agradecemos a Paula que haya venido a entregar la condecoración al hombre que le salvó la vida el año pasado —anunció por el micrófono el maestro de ceremonias.


Paula se detuvo ante el atril y levantó sus ojos verdes hacia el gobernador, que le dio la medalla adornada con un lazo. Al recogerla, mostró una tímida sonrisa que enseguida desapareció. 

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