miércoles, 29 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 47

No le gustaba el resentimiento que había empezado a sentir desde que Micaela se había convertido en un obstáculo en su amistad con Paula.


—No es decisión tuya qué clase de amigos somos —dijo inclinándose para recoger sus bolsas—. Es lo que esperas…


—Te respeto, Paula —dijo deteniéndola—. Y eso incluye la decisión que quieras tomar sobre nosotros.


Ella se irguió y fijó sus ojos verdes en los suyos.


—No me parece justo mantener una amistad superficial, pero no voy a forzar el asunto —dijo cruzándose de brazos sobre la mesa—. Te conozco lo suficiente como para saber que te apartarás si lo intento. Te guste o no, ahora eres parte de mi vida y no quiero que lo hagas. Así que, aunque no estés de acuerdo conmigo, aceptaré lo que me ofrezcas.


—Me gustas y te respeto, Pedro. Pero tienes una esposa. Ahí es donde tienes que poner todos tus sentimientos.


Tenía razón. Y, si había algún matrimonio que necesitara cuidado, ese era el suyo.


—Vámonos —dijo poniéndose de pie—. ¿Cuánto tiempo hace que no vuelas una cometa?


—Creo que nunca lo he hecho. Supongo que mi madre tendría miedo de que me hiciera daño en las manos. 


Paula había pasado su vida sobreprotegida. Había cosas que no debía de saber y que él podría enseñarle. Si al menos fuera suya…


—Venga, ha llegado el momento de que aprendas algo nuevo.


Pedro se sintió contento a la vez que apesadumbrado por la alegría de Paula. Su necesidad de protegerla chocaba con la furia que sentía ante el egoísmo de sus padres por haberla mantenido en una burbuja y apartarla de las diversiones de una infancia normal como volar una cometa.


—La he subido —gritó contenta girándose en medio del parque para mirar a Pedro, que estaba volando la suya.


—Recuerda, si empieza a caer, tira del hilo.


Al cabo de unos segundos se acercó a ella con cuidado de que sus cometas no se enredaran. Luego, puso una mano sobre la de ella y le enseñó a mantener la altitud. Sus manos eran cálidas y suaves y encajaban perfectamente entre las suyas. Rápidamente la soltó.


—Solía volar cometas de niño. Es como montar en bicicleta, nunca se olvida.


—Tampoco aprendí nunca a montar en bicicleta.


La cometa de Paula se fue hacia la izquierda, pero enseguida la corrigió.


—Se te da bien —dijo él sonriendo.


—No me atrevo a moverme demasiado.


—Necesitas la motivación adecuada. Mira.


Con un giro de muñeca, Pedro hizo que su cometa se agitara junto a la de ella como si fuera un depredador persiguiendo a su presa.


—¡Detente! —exclamó Paula, sonriendo.


—Oblígame.


Soltó hilo, colocando su cometa delante de la de él para anticiparse a cualquier maniobra que pudiera hacer. Estaba tan concentrada, que tenía el ceño fruncido.


—¿No te ayuda morderte el labio?


—Sí, mejora mi aerodinámica. 

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