Levantó la vista y al ver a Paula detrás de Pedro, Marcos sonrió. Entonces tocó a su hermano en el hombro. Pedro se dió la vuelta. Al verla, sonrió de oreja a oreja. El perrito se lanzó de los brazos de Paula y corrió hacia Pedro. Él lo levantó en brazos y se lo apretó al pecho.
-Hola -dijo, pues no se le ocurría nada más.
-Hola -señaló hacia Marcos, que se alejaba-. Mi hermano vino a decirme que mi programa de formación ha sido un éxito.
-¿De verdad?
Asintió.
-Marcos me dijo que lo llamaron de las empresas a las que les envié el proyecto, y quieren que vuele a Los Ángeles la semana que viene para discutir sobre su implementación.
Paula vió la emoción y el orgullo reflejados en su mirada.
-Es estupendo -dijo Paula-. Ahora podrás volver a montar el negocio para tí y tu hermano.
Pedro sacudió la cabeza.
-No, esta vez voy por mi cuenta. Marcos quiere quedarse aquí con Catalina -Pedro acarició la cabeza al perro y el cachorro de pelaje dorado se acurrucó contra su pecho.
Ella también quería hacer lo mismo. Acercarse a Pedro, acurrucarse junto a él y olvidarse de que estaban en medio de un centro comercial.
-Creo que a mi perro le gustas tú más.
-Dale tiempo. Una vez que te conozca, se enamorará de tí. Te lo garantizo..
En sus ojos vió el amor; lo sintió en el aire. El corazón se le aceleró. No era demasiado tarde.
-Sabes -empezó a decir mientras acortaba la distancia entre ellos-. No me vendría mal que alguien me echara una mano con ese cachorro. Quiero decir, yo estaré ocupada conduciendo. Podría comerse el sofá sin que yo me diera cuenta.
-Sí, sería mucho trabajo. No se me ocurrió cuando te lo compré. ¿Quieres que me lo quede hasta que vuelvas?
Paula sacudió la cabeza.
-Estoy preparada para quedarme con él -Paula sonrió-. Y también para quedarme contigo.
Él dejó de acariciar al perro.
-¿Estás segura?
Ella asintió.
-Cuando hablé hace un rato con mi padre me dí cuenta de lo mucho que se perdió entre mi madre y él. Nunca tuvieron la oportunidad de estar juntos. Aún la ama. Se lo noto al hablar. Pero es demasiado tarde. Ella se ha marchado -dijo con voz quebrada-. No quiero que a nosotros nos pase lo mismo.
-¿Quieres decir que... ? -Pedro hizo una pausa para respirar-. ¿Quieres que salgamos juntos otra vez?
-Te conozco desde hace veinte años, Pedro. Creo que es suficiente cortejo. Me pediste antes que me casara contigo. ¿Sigue en pie la oferta?
-Sí, claro que sí -dejó al cachorro en el suelo y abrazó a Paula-. ¿Pero no dijiste que el matrimonio era un gran riesgo?
-Ya sabes cómo me gusta el café. Yo diría que es un buen comienzo.
Él la abrazó y su calor y su seguridad la envolvieron como una manta. Su sitio estaba allí, junto a él. No en Mercy o en California, sino con Pedro.
-Te amo -le susurró Paula.
Él le agarró la cara con las dos manos y la miró con amor.
-Llevo tanto tiempo esperando a que digas eso, Paula -le sonrió-. Yo también te amo.
-¿Entonces, te casarás conmigo?
-No tan deprisa -Pedro entrecerró los ojos, se apartó un poco y sonrió con gesto burlón-. Primero necesito preguntarte algo.
-¿El qué?
-¿Sabes hacer tarta de limón y merengue?
Ella sonrió.
-La mejor.
-De acuerdo. Entonces trato hecho. Me casaré contigo y te prepararé el café si tú me preparas mi tarta cuando yo te lo pida. Y si estás junto a mí el resto de mi vida.
-Hecho -sacó la mano-. ¿Lo sellamos con un apretón de manos?
-No. Tengo una idea mejor.
Pedro se inclinó hacia delante y la besó, arrebatándole el alma y el corazón para intensificar su emoción. Un grupo de curiosos los rodearon. El perrito corría alrededor suyo, ciñéndolos con su correa. Y en la distancia Paula oyó los gritos frenéticos de Nancy Lewis, aún empeñada en conseguir sus fotos. Él terminó de besarla y apoyó la frente contra la suya.
-Creo que será mejor que nos pongamos en camino -dijo.
-¿No quieres ir a buscar más cosas para llevarte? -le preguntó Paula.
Él sacudió la cabeza.
-Todo lo que necesito lo tengo aquí conmigo.
-Y yo -dijo Paula en voz baja-. Y yo.
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