lunes, 27 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 41

Rápidamente pensó en Micaela. Era la única mujer que le había obsesionado de la misma manera, sobre todo porque en su momento no podía tenerla. Habían sido cuatro años de amor platónico durante su adolescencia hasta que había tenido una oportunidad con la chica a la que había admirado en secreto y a la que había otorgado la categoría de diosa, de mujer perfecta.  El contraste entre la intensa atracción que había sentido entonces por la chica que no había podido tener y la indiferencia que sentía ahora, pocos años después de casarse con ella… ¿No había aprendido nada desde los diecinueve años? Ya debería saber sobre enamoramientos a primera vista. ¿Era eso lo que le estaba pasando con Paula? ¿La estaba convirtiendo en su nuevo ideal de la mujer perfecta? Micaela había resultado no serlo. Además tampoco habían conseguido ser la pareja perfecta. Por aquel entonces, su lista de exigencias era breve. Ahora se había vuelto más extensa. Le interesaba alguien inteligente, compasivo, cálido, alguien que quisiera ser tan fuerte en pareja como lo era en solitario. Sus necesidades habían aumentado y su matrimonio no las llenaba. Pedro cerró los ojos. Debería llamar a Mica. No le había pedido que lo hiciera ni lo esperaría. Seguramente estaría en el laboratorio, dedicada a su proyecto, ajena a la hora que era y disfrutando de la oportunidad de poder concentrarse en su trabajo al no tener que volver a casa para encontrarse con él. Probablemente no le agradaría que la interrumpiera. Iba a haberlo hecho antes, pero sin darse cuenta, había marcado por error el teléfono de Paula. Había tenido que inventarse una excusa para justificar su llamada y se le había ocurrido recurrir al cumpleaños de Mica. Era cierto que no tenía ni idea de qué regalarle, pero no tenía pensado pedirle a Paula que le ayudara a buscar un regalo. No era tan masoquista.


Pedro apoyó la cabeza en el respaldo del sofá y se quedó mirando la pared que separaba la habitación de Paula de la suya. Se la imaginó sentada allí, relajada y somnolienta, y enseguida su cuerpo reaccionó con un tormentoso hormigueo. Le llevaría unos instantes vestirse, salir al pasillo y llamar a su puerta, y unos segundos más volverse a quitar la ropa. Como si eso fuera a pasar alguna vez. Estaba casado y ella era Paula. Era imposible que el destino los uniera. Se puso de pie y marcó el teléfono de Mica. Al instante dió señal. Paula le recordaba los mejores momentos de su relación con su esposa, aquellos primeros años en los que había habido pasión y admiración. Luego, ambos habían madurado y la vida se había complicado. ¿Podrían recuperar lo que habían perdido? Habían asumido una serie de compromisos ante el sacerdote que los había casado y Mica había creído en él. Se lo debía. Saltó el buzón de voz. El tono impaciente en la voz de su mujer sugería que incluso un mensaje de voz era una interrupción. Cerró los ojos y pensó en la mujer a la que había prometido amor y lealtad, apartando de su cabeza a la que, sin pretenderlo, lo estaba seduciendo.


—Hola, Mica.


«Hola Mica, ¿Qué tal? Escucha, no soy feliz y creo que tú tampoco. ¿Crees que nos equivocamos al casarnos? Mira, Mica, siento no quererte como te mereces».


—Solo quería decirte que hemos llegado bien y que…


Abrió los ojos y se quedó de nuevo mirando la pared, imaginándose a Paula al otro lado. Ardía en deseos de estar con ella, pero su lealtad, su vida, pertenecía a otra mujer.


—… que estoy pensando en tí.


Colgó y dejó el teléfono sobre la cama. Estaba honrando a su esposa, pero ¿Por qué sentía que la estaba traicionando? 

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