miércoles, 8 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 7

 —Todavía no. Tenemos que esperar a que amanezca un poco. No es seguro intentar salir a oscuras.


Teniendo en cuenta lo insegura que se sentía allí dentro, se lo tomó muy en serio. Aunque lo cierto era que desde que Pedro había aparecido, estaba menos asustada. Pero cada minuto que seguía allí con ella, su vida estaba en peligro.


—Entonces vete y vuelve cuando sea de día.


—Pero te quedarías sola —dijo mirándola con los ojos entornados. 


A pesar de que la idea no le agradaba, se sentía más tranquila que si algo le pasaba por su culpa.


—He pasado sola casi toda la noche. Unas cuantas horas más no me matarán.


Excepto en el caso de que las cosas no salieran bien. Pero al menos, solo estaría ella.


—No quiero que sufras daños por mi culpa —añadió Paula.


Las arrugas alrededor de los ojos de Pedro se multiplicaron.


—Agradezco la idea, pero sé lo que estoy haciendo.


—Pero la puerta no se abre.


A pesar de que estuviera sujeto por un arnés, si el coche se deslizaba más, acabaría arrastrándolo. A saber lo profundo que era aquel barranco.


—Estamos bastante seguros.


—¿Te ganas la vida con esto?


De repente quería saber más. ¿Qué clase de persona arriesgaba su vida por desconocidos? Además, hablar le ayudaba a mantener la mente ocupada.


—Sí, entre otras cosas.


Inclinó la cabeza y habló con más libertad que si no hubiera tenido cincuenta miligramos de hormigas machacadas en su sangre.


—¿Eres un adicto a la adrenalina?


Él rió y le comprobó el pulso, poniéndole los dedos en la base del mentón, bajo el collarín. Su corazón volvió a acelerarse.


—Un poco acelerado… —dijo y volvió a mirarla—. No, no estoy interesado en correr riesgos sin motivos. Pero para salvar la vida de alguien…


—No quiero que arriesgues la tuya por la mía.


Sus ojos azules la miraron a través del espejo.


—¿Por qué no?


—Porque no merece la pena. He cometido un error y no deberíaspagar por él.


—Bueno, si hago bien mi trabajo, ambos saldremos de esta. Discúlpame un segundo. 


Se llevó la mano al cuello de la camisa y apretó un botón en el que Paula no había reparado antes. Tuvo una rápida conversación con quien fuera que estaba al otro lado de radio. Empleó terminología médica, pero reparó en la tensión de sus labios y en el entrecejo fruncido.


—Se trata de un código tres. Seguiré informando cada hora —dijo y mientras escuchaba la contestación, la miró por el retrovisor—. Negativo. Acabamos de pasar a un código dos.


Después de poco más, terminó la comunicación y se quedaron en silencio. Fue el silencio más largo desde que entrara en el coche.


—Si alguien te pregunta, acabas de desmayarte.


—¿Acabas de mentir? —preguntó ella.


—¿Habrías preferido que lo dejara para otro momento más importante?


«Habría preferido que no lo hubieras hecho». Su padre era un mentiroso y no quería que su mente hiciera la más mínima conexión entre ambos hombres. 

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