viernes, 17 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 23

 —Paula, piensa en Dora, en lo asustada y sola que se sentía con quince años y junto a un hombre al que acababa de conocer. Piensa en lo valiente que fue subiéndose a aquel barco en Liverpool y dejando atrás a toda su familia para ir a un país desconocido. Piensa en cómo tuvo que luchar contra el miedo.


Era la mujer más distinguida y agradable que había entrevistado, además de la más fuerte.


—Tenía a su marido…


—Tú me tienes a mí —dijo y buscó su mirada—. Paula, voy a sacarte de aquí.


Esta vez no apartó la mirada hacia el vacío que se extendía bajo ellos.


—Muy bien, buena chica —dijo inclinándose y besándola en la frente.


—Pedro…


—Lo sé —dijo volviendo a su posición, colocándose entre ella y aquella terrible vista—. Pero estás bien. No te va a pasar nada mientras esté contigo.


—De acuerdo.


De pronto se escucharon unos ruidos y Pedro desvió su mirada unos segundos antes de volver a mirarla.


—Paula, el equipo de rescate está tomando posiciones. Alguien va a hacerse cargo, pero no voy a dejarte, ¿de acuerdo? Quiero que lo recuerdes. En algunos momentos estaremos separados, pero estaré todo el tiempo ahí. Sigo sujeto a tí, ¿De acuerdo?


Ella asintió y le agarró con fuerza la mano. No quería dejarlo marchar. Pedro le acarició el pelo.


—Va a haber mucho movimiento y nadie te va a pedir permiso para nada. Van a hacerse cargo de todo. No te va a gustar, pero sé paciente. Enseguida estarás ahí arriba.


Su sonrisa eclipsó el amanecer. Paula tiró de su mano y se la llevó a los labios para besarla. Pedro apoyó la frente en la de ella durante unos segundos mientras los crujidos se oían cada vez más cerca.


—Me he mojado —susurró avergonzada.


—No importa —dijo secándole una lágrima con el dedo.


—Creo que no puedo hacer esto.


—Puedes hacer todo lo que te propongas, Paula Chaves.


Su seguridad era tan sincera que se sintió optimista, al menos lo suficiente como para cometer una estupidez. Se echó hacia delante todo lo que los tensores le permitieron, tiró del chaleco de Pedro y unió sus labios a los de él. Su boca era tan cálida y suave como le había parecido cuando le había besado la mano. Movió sus labios junto a los suyos, ignorando el hecho de que no le estaba devolviendo el beso. Pero al menos, no se estaba apartando. Su corazón latió triunfante.


Una cara desconocida apareció al otro lado de la ventanilla justo cuando Pedro acababa de apartar su boca. En unas décimas de segundo, su expresión pasó de la pena a la vergüenza y terminó en confusión, siempre con el inconfundible brillo de deseo recíproco. El hombre que estaba fuera del coche disimuló tan bien como él su sorpresa e inmediatamente rompió la ventanilla del conductor. Pedro recuperó la compostura antes que ella. Miró al resto del equipo repartido alrededor del coche y de nuevo a ella. Luego sonrió. Era una sonrisa de comprensión y de perdón, con cierta dosis de arrepentimiento.


—Muy bien, Paula. Allá vamos —dijo mientras otro hombre se metía en el coche—. Te echo una carrera arriba —añadió guiñándole un ojo. 

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