miércoles, 29 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 48

Al instante, su cabeza se llenó de toda clase de imágenes con las que Paula se hubiera escandalizado.


—Una técnica interesante.


Arriba, Pedro dibujó círculos alrededor de la cometa de ella, haciendo unir en espiral sus colas. Paula apartó la suya haciéndola subir, antes de volverla a hacer bajar y colocarla a un lado. Ambos se movieron en paralelo, perfectamente sincronizados. Pedro miró por el rabillo del ojo las manos de ella para intentar adivinar lo que iba a hacer a continuación, antes de volver a mirar el vuelo de su cometa. Cada vez que ella la dejaba caer, él hacía lo mismo. Cada vez que la hacía girar, allí estaba él imitando el movimiento. Allí estaban bailando en el cielo y en perfecta sincronía, libres y sin límites. No había límites y cualquier futuro era posible. Por breves instantes, Pedro hizo subir su cometa antes de hacerla girar y caer sobre la otra para rozarla suavemente como si de un beso se tratara. A su lado, Paula jadeó. Volvió a dejar subir la cometa y se giró para mirarla. Tenía los ojos abiertos como platos y las mejillas sonrojadas. Parecía consternada. Pedro volvió a dejar caer la cometa, pero esta vez se enredó con la de Paula, que se vió obligada a soltarla. Ambas cometas salieron volando, terminando así aquel baile sensual. «Aceptaré lo que me ofrezcas». Eso era lo que le había dicho. Quería alguna clase de compromiso entre lo que él quería, conocerla a fondo, y lo que ella necesitaba, mantener una distancia emocional prudente. Aquellas palabras también resumían su situación: Estaba dispuesta a aceptar lo que él le ofreciera. ¿Cómo había vuelto a encontrarse en aquella situación? No podía dejar de pensar en ello mientras regresaba al coche con el estómago encogido por la furia y el dolor. Estaba enfadada consigo misma y se sentía herida porque nunca podría tocarla de verdad. ¿Qué estaba dispuesta a darle? Todo, pero a la vez, ella también quería que le ofreciera todo. Quería a alguien con quien acurrucarse por la noche y conocer las maravillas del mundo, alguien a quien admirar y con quien recorrer los mercados o volar cometas.  Quería a alguien como Pedro. Se merecía a alguien como él. Era la primera vez que pensaba así en su vida.


—Paula, déjalo.


—Alguien puede robar tus cometas —dijo mientras dejaban atrás el parque.


—Primero tendrán que desenredarlas.


No pudo evitar sonreír. ¿Acaso no le había afectado lo que acababa de pasar en el cielo, aquella seducción aérea?


—Paula, por favor.


Sus pasos se ralentizaron hasta que sus pies se detuvieron. Pero no se dió la vuelta. Quizá se había dado cuenta de lo enfadada que estaba o tal vez había visto confusión en sus ojos. Ninguna de las dos cosas le gustaba.


—Tengo que estar en otro sitio, Pedro —dijo apretando los puños—. No estoy a tu disposición todo el día.


—Estás enfadada conmigo.


—No estoy enfadada contigo —dijo dándose la vuelta—. Esto enfadada con… Con toda esta situación.


—No ha sido nada. No pretendía ser nada.


Eso significaba que él sabía que había algo.


—Solo quería que volaras una cometa.


—¿Por qué?


—Porque nunca lo habías hecho y no me parecía adecuado.


—¿Por qué? ¿Acaso ahora te ocupas de cubrir las deficiencias de mi pasado?


—No sé, Paula. Quizá solo quería ver tu cara la primera vez que volaras una cometa. 

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