miércoles, 8 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 10

 —Ahora mismo eres muy especial. Ahí arriba hay dieciséis profesionales, todos aquí por tí.


De repente fue consciente de la envergadura de la operación de rescate. Dieciséis personas que deberían estar durmiendo en sus camas, junto a sus seres queridos…


—Lo siento…


—Paula, no lo sientas. Nos dedicamos a ello.


¿Tendría Pedro a alguien esperándolo en casa? Era una pregunta que no podía hacerle.


—¿Has salvado muchas vidas?


Ni siquiera tuvo que pensar.


—Veintisiete. Veintiocho después de hoy.


Paula enarcó las cejas y se giró lo que pudo. Le dolía el hombro.


—¡Veintisiete! Eso es increíble —dijo y entonces se quedó mirándolo fijamente—. ¿Y has perdido alguna? 


—No llevo cuenta de las pérdidas. No me gusta pensar en eso —dijo sonriendo con amabilidad.


Lo entendía. Podía imaginar cómo se sentiría cuando no pudiera salvar a alguien. Al pensar en que no era la única persona que había estado en una situación de vida o muerte, sintió alivio. Otras personas habían sobrevivido para contar sus historias. Sentía que tenía el control, otra novedad, y frunció el ceño. «¿Hasta dónde había dejado que las cosas llegaran?».


—Ponerte en peligro debe de ser muy difícil para…


«Tu familia, tu novia…».


—… Difícil para tí emocionalmente.


Él se quedó pensativo.


—Los beneficios superan el lado negativo. Si no, no lo haría.


Se echó hacia delante una vez más para comprobar su pulso y ella se quedó estudiando su perfil. Estaba segura de que había algo más que eso, pero le parecía impertinente insistir. Rozó su cuello por tercera vez y su respiración se hizo más pesada.


—¿No sería más fácil tomarme el pulso en la muñeca? —preguntó, levantando su brazo ileso.


Pedro sacudió la cabeza y colocó los dedos en el cuello de Paula, cerca de su oreja, y miró su reloj.


—Tienes el pulso fuerte.


«Y cada vez que me tocas con esos dedos se vuelve más fuerte».


—¿Paula…? —dijo sacándola de sus pensamientos—. No contengas la respiración, afecta al pulso.


Sintió que le ardía el cuello, justo donde le había puesto los dedos. ¿Le estaría provocando un torbellino hormonal el néctar de hormiga? Por suerte, Pedro malinterpretó su rubor.


—No te sientas incómoda. Estoy acostumbrado a esto, pero supongo que es la primera vez que tienes un accidente.


—Nunca he estado en un hospital.


—¿Nunca? 


—Sin contar el día que nací.


—¿Tienes una salud de hierro o es que tienes mucha suerte?


—Un poco de las dos cosas. También resulta de ayuda que tus padres no te dejen hacer nada sin ayuda. ¿Cómo vas a caerte de un árbol si ni siquiera te dejan subirte?


—¿Eran protectores, no?


—Se puede decir que sí.


El motivo también podía ser que después de divorciarse, ninguno de sus padres quería tener que enfrentarse al otro por culpa de ella. 

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