viernes, 24 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 39

 —¿Qué habías pensado?


—Ir a los mercados.


«Dí que estás ocupada, que tienes que hacer una transcripción, que no te sientes bien».


—De acuerdo.


—Estupendo, gracias Paula. Te lo agradezco.


¿Por qué no iba a hacerlo? Estaba a su entera disposición y esa era una dinámica peligrosamente familiar. Se llevó las manos a las sienes y respiró hondo. No era culpa de Pedro que se estremeciera al oír su voz y que no pudiera dejar de imaginar noches largas y apasionadas. No había servido de nada para calmar lo que había entre ellos el no verlo durante las últimas semanas. Tampoco podía haber nada entre ellos por su esposa, de acuerdo a sus principios. Se había comprometido a ayudarlo y quería hacerlo.


—El precio por mi ayuda es seguir adelante con la entrevista.


—¿El placer de mi compañía no es suficiente? 


No podía dejar que así fuera.


—Tienes una opinión demasiado buena de tí mismo, Pedro Alfonso.


Adivinó su sonrisa al otro lado del teléfono.


—Parece que los días en los que me veías como a un héroe se han acabado.


—Siempre serás mi héroe —dijo con el corazón en la mano.


—Por comentarios como ese es por lo que tengo tan buena opinión de mí mismo.


—Es una lástima que todo ese talento no incluya la elección de regalos.


—Gracias por destacarlo.


—Bueno, ya sabes que siempre puedes contar conmigo para devolverte a la realidad.


—¿Qué te parece si nos encontramos en el vestíbulo mañana a las nueve?


—Mejor a las ocho. Algo me dice que vamos a necesitar mucho tiempo.


Un fuerte sonido al otro lado de la línea la hizo saltar. No había dejado de haber ruido durante todo el tiempo que llevaban hablando.


—¿Qué estás haciendo?


—Me estoy afeitando. Acabo de salir de la ducha y he cerrado la puerta del armario del baño demasiado deprisa.


—Está bien.


Durante los siguientes minutos no dejó de prestar atención al más mínimo ruido: Cómo la acústica cambiaba al salir del baño, sus pies sobre la moqueta, el buscar en la maleta… Sintió que su temperatura se elevaba. Miró hacia la gran pared blanca que los separaba. Era el lienzo perfecto para que su imaginación lo dibujara descalzo y húmedo mientras recorría la habitación, con una toalla por las caderas mientras hablaba con ella por el móvil.


—Bueno, voy a dejarte. Tengo que trabajar un rato. Hasta mañana.


—De acuerdo, todavía tengo que llamar a Mica. No quiero preocuparla. Hasta mañana, Paula.

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