miércoles, 15 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 17

 —Si hubiera dedicado más tiempo a esa relación, me habría resultado más difícil terminarla.


Se hizo otra larga pausa. Era curioso que hacía tan solo minutos que conocía a Pedro, pero ya sabía distinguir una pausa para pensar de una pausa incómoda.


—No todo el mundo encuentra la fuerza para hacerlo —dijo él por fin.


—Aprendes un par de cosas dedicándote a escribir sobre la vida de las personas. Aprendes de logros y arrepentimientos.  Yo no quiero arrepentirme de nada en mi vida.


De nuevo lo había perdido. Tenía la mirada fija en la oscuridad del exterior. ¿Cuál sería su historia?


—Pedro, ¿Puedes bajar un poco el respaldo de mi asiento? Pero asegúrate de hacerlo sin peligro.


No quería que volviera a pasar lo mismo de antes.


Él estudió el ángulo del coche y el lugar que ocupaba Paula en él.


—El cinturón está haciendo su trabajo porque está a casi noventa grados.


—¿Ni siquiera un poco? Estoy cabeza abajo, preguntándome qué tengo bajo mis pies. Sé que, si falla, me caeré.


—El cinturón es lo que está sujetando tu cuerpo e impidiendo que tu pierna herida cargue con peso —dijo poniéndole la mano en el hombro—. Voy a intentar una cosa.


Buscó en su equipo y sacó un par de tensores. Paula rió.


—¿No tendrás un café descafeinado en ese macuto, verdad doctor?


Sonrió mientras le colocaba un tensor alrededor de la cintura y lo fijaba detrás del asiento. El otro se lo pasó por debajo del hombro y lo fijó al reposacabezas.


—No solemos emplearlos con la gente, pero lo haré con cuidado.


Tiró de ambos tensores para unirlos y fijó el extremo a su arnés. Si Paula se caía, se quedaría enganchada a su cuerda de seguridad o lo arrastraría con ella hacia abajo.


—¿Estás lista?


Estaba lista para dejar de pensar en la muerte a cada segundo de aquella terrible situación. Lo sintió tocar el borde del asiento en busca de la palanca para reclinarlo y de repente el respaldo bajó. Se aferró al cinturón de seguridad y se preparó para el dolor que el cambio de peso de su cuerpo le iba a provocar en la pierna. Pero los tensores cumplieron su función y la mantuvieron sujeta al respaldo del asiento.


—Oh, gracias, Pedro. 


Su vista había pasado a ser el techo del coche en vez de estar colgada hacia quién sabía dónde. Con su asiento reclinado hacia la parte trasera del coche, Pedro solo podía colocarse entre el espacio que había entre los asientos delanteros. Se apretujó allí, con la espalda apoyada en el respaldo del asiento del pasajero y el hombro en la rama, mirándola. Ahora podían hablarse cara a cara. 

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