miércoles, 8 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 9

 —No te preocupes por eso, Paula —dijo—. La elección no es tuya, sino mía.


—Ah, ¿No puedo opinar?


—No. Tengo el control de este vehículo.


«Tengo el control». ¿Durante cuántos años se había revelado en secreto contra los hombres controladores? Eran hombres que pensaban que sabían lo que era mejor para ella e insistían en decírselo: Su padre, Lucas… Aun así, allí estaba ella agradecida porque un hombre controlador le dijera lo que tenía que hacer. Lo cierto era que no quería estar sola. 


—Entonces, ¿Qué hacemos hasta que se haga de día? —preguntó ella.


—Seguiré controlando tu estado y asegurándome de que el coche esté seguro. Puedo pedir por radio cualquier cosa que necesites.


—¿Así que vamos a charlar?


—Hablar está bien. No quiero que te quedes dormida.


Dadas las circunstancias, no le parecía adecuado charlar. Le recordaba que era un desconocido, a pesar de la extraña intimidad que se había establecido entre ellos.


—¿De qué podemos hablar?


—De lo que quieras. Dicen que tengo buena conversación.


Paula levantó la vista al espejo a tiempo de ver cómo apartaba la mirada. Quizá aquello también le resultara incómodo a él. Pensó algo de lo que hablar que no fuera del tiempo, algo con más sentido y que le ayudara a tener una sensación de normalidad ante aquella situación.


—Dices que te ganas la vida con esto y con otras cosas. ¿A qué más tededicas?


Con cada minuto que pasaba, su respiración se volvía más relajada. No parecía agradarle charlar con los accidentados a los que estaba socorriendo, pero contestó al cabo de unos segundos.


—Soy un guardabosques de los parques de Tasmania.


El hombre que escalaba para salvar damiselas en apuros también cuidaba de los bosques y de las criaturas que había en ellos.


—¿Así que esto es solo un empleo más para tí?


Él sonrió y alumbró con la linterna el cierre del cinturón de seguridad de Paula.


—No te preocupes. Me han enviado porque soy el mejor rescatador en vertical. No hay demanda suficiente como para tener aquí un equipo de rescate permanente.


—Podría ser peor.


—Cierto —replicó echándose hacia atrás.


—¿Qué disfrutas más? 


Volvió a mirarla a través del retrovisor, esta vez sorprendido. ¿Acaso nadie le había preguntado eso antes?


—Difícil pregunta. El rescate es más… Tangible, más inmediato. Pero los árboles también necesitan quien los cuide.


—Tiene que ser emocionante, ¿No?


Su boca seca le impedía hablar con claridad. Pedro rebuscó en su equipo antes de volver a aparecer entre los asientos con una esponja mojada en agua embotellada. Se la llevó a los labios y Paula sorbió agradecida.


—No es la emoción lo que me llena. Aunque así es para algunos de mis colegas —dijo volviendo a mojar la esponja—. Creo que sentiría lo mismo si lo que estuviera protegiendo fueran secretos nacionales o un vial con células raras en vez de una persona. 


El néctar de hormigas la hacía sentirse tranquila y calmada y el agua la estaba animando.


—Solo por si acaso estaba empezando a sentirme especial.


Él la miró sonriente. 

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