miércoles, 15 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 18

 —Tienes un aspecto curioso —dijo ella—. Ahora sin el espejo, te veo la cara al revés.


—Tú te ves bien —dijo él sonriendo—. Me refiero a que estás prácticamente intacta. Fue un alivio descubrir que estabas viva cuando oímos la bocina del coche.


Paula se puso seria. Sam debía de guardar imágenes terribles en su cabeza.


—Siempre es la gente más nerviosa e inconformista la que tiene las peores heridas. Ellos son los que luego me hacen tener pesadillas —dijo asegurándole la manta de aluminio en su sitio—. Como un jugador de golf que tenía un tobillo roto y quería llegar a un torneo. O los senderistas que, subiendo una montaña, se cansaron a medio camino y activaron la baliza de socorro para que les bajáramos —añadió sacudiendo la cabeza.


—¿Qué lugar ocupo en esa escala?


¿Estaría demandando demasiada atención? 


«Busca mi bolso, Pedro. Baja mi asiento».


—Tienes tu propia escala y muchos motivos para salirte de ella, pero teniendo en cuenta la situación, lo estás llevando muy bien.


Era cierto, teniendo en cuenta su educación. Después de una infancia entre algodones, no sabía de dónde había sacado aquella capacidad de resistencia.


—Estaba llorando desconsoladamente cuando te oí gritar —confesó Paula.


—Siento no haberte encontrado antes. Teníamos que comprobar laseguridad.


Ella clavó su mirada en él.


—Me alegro de que me encontraras. Imagínate que no lo hubierashecho.


Por primera vez reparó en lo larga, lenta y terrible que habría sido su muerte. Tragó el nudo que se le había formado en la garganta y se quedó mirándolo, observando la emoción que transmitían sus rasgos: tristeza, confusión, remordimiento… Entonces levantó la mirada y vio luz en sus ojos.


—¿Cuántos años tienes, Pedro?


—Treinta y uno.


—¿Por qué un hombre como tú, que quiere tener hijos, no los tiene todavía?


Era su manera de preguntarle por qué seguía siendo soltero. Su mirada se volvió seria y al cabo de unos segundos contestó:


—Uno puede desearlo, pero hacen falta dos para convertirlo en realidad.


—¿No tienes montones de mujeres llamando a tu puerta? Eres muy guapo.


Sus ojos la miraron con cautela, aunque no perdieron su brillo. Al contrario, centellearon divertidos.


—¿Te estás ofreciendo?


Paula contuvo el aliento.


—¿Estás coqueteando conmigo? —preguntó ladeando la cabeza.


El brillo de sus ojos se apagó inmediatamente y borró la sonrisa, frunciendo el ceño.


—Sí, lo estás —añadió ella.


—Lo siento, no es apropiado. Estaba poniendo a prueba mis habilidades.


Su confusión la conmovió. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario