viernes, 17 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 24

El equipo de emergencia tardó casi tres horas en liberar a Paula, colocarle un corsé e izarla hasta donde esperaba la ambulancia. Pedro no hablaba en broma cuando le había dicho que su equipo se haría cargo de todo. Tiraron de ella, la empujaron y la movieron en todas direcciones, siempre con él a su lado para darle néctar de hormiga y velar por su dignidad, unida a él por aquel cordón umbilical artificial. Ella permaneció en silencio y dejó que hicieran su trabajo. Durante el último rato, al ser izada montaña arriba, cerró los ojos y se concentró en la voz de Pedro mientras daba algunas instrucciones y seguía otras.


—Ya queda poco, Paula —le dijo al llegar a la carretera desde la que había salido despedida—. A partir de ahora esto va a ser una locura.


Giró la cabeza lo que el corsé le permitió y abrió la boca para darle las gracias. Pero alguien le metió un termómetro en la boca y de repente se encontró en una camilla, a toda velocidad hacia la ambulancia. Sam corrió a su lado y enseguida se vio rodeada por el equipo médico de la ambulancia. Paula levantó la mano en señal de agradecimiento y, al llegar a la ambulancia, Pedro se detuvo y soltó la cuerda que los unía.


—Adiós. Buena suerte con la recuperación.


Se mostraba profesional ante sus compañeros y su estómago dió un vuelco. ¿Se había imaginado la cercanía que había surgido entre ellos? Entonces, vió la expresión de sus ojos al apartarle un mechón de pelo de la cara.


—Disfruta de la vida, Paula.


Y entonces lo vió desaparecer y se encontró dentro de una ambulancia. Levantó el cuello lo que la sujeción que llevaba le permitió y trató de distinguir a Pedro entre la gente. Había miembros del equipo de rescate, agricultores en sus tractores y curiosos que no podían transitar por la A-10 debido al rescate. Pero de pronto lo distinguió. Una mancha naranja se interpuso en su campo de visión al entrar en la ambulancia. Era uno de los miembros del equipo médico.


—Pedro dice que necesita esto —dijo colocando su bolso junto a ella.


Paula lo miró como si aquel objeto le resultara desconocido.


—¿Es suyo? 


Paula recordó que aquel hombre había pasado una gélida noche en la montaña para salvarle la vida. No era culpa suya que Pedro hubiera decidido incumplir su promesa de llevárselo al hospital.


—Sí, gracias.


Pedro sabía lo mucho que le preocupaba la historia que guardaba en el lápiz de memoria y volvió a mirarlo mientras el desconocido se movía en el interior de la ambulancia. Mientras lo miraba, una mujer de aspecto frágil se abrió paso entre la gente y se abrazó a Pedro. Aquellos brazos masculinos que la habían mantenido a salvo en la ladera de la montaña rodearon a la mujer por la cintura y la levantaron del suelo mientras ella hundía el rostro en su cuello. La mancha naranja volvió a impedirle la vista cuando el desconocido se subió a la ambulancia.


—¡Espere, por favor! Esa mujer que está con Pedro, ¿Quién es?


El hombre se dió la vuelta y después volvió a mirar a Paula.


—Ah, es Micaela —dijo como si eso lo explicara todo—. Es la esposa de Pedro. 

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