viernes, 24 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 38

 —Solo quería contarte por qué no he llegado a tiempo para cenar.


—No hace falta que me estés cuidando todo el rato.


—Lo sé, pero estamos en mi ciudad. Me siento mal por haberte dejado sola en nuestra primera noche.


—No te sientas mal. Pedí una sopa al servicio de habitaciones y luego me dí un baño —dijo sonriendo y cambiando de postura en el sofá—. ¿Para eso has llamado, para disculparte? 


—Uno de los motivos para salir era para respirar aire fresco. Además, Mica cumple treinta años la semana que viene y quería comprarle algo.


La sonrisa de Paula se heló al oírle pronunciar el nombre de su esposa. Tenía que acostumbrarse. Fijó la mirada en la pared, pensando en que estaba en la habitación de al lado.


—Supongo que hay más variedad en la gran ciudad.


—No tengo ni idea de qué regalarle.


«¿A su propia esposa?».


—¿No se te ocurre nada?


—¿Flores, chocolate, algo caro?


—No consideres el precio como lo más importante.


—¿No le gustan a todas las mujeres los regalos caros?


—No si no es algo íntimo.


—Mi hermana dice que le compre lencería, pero…


«Por favor, que no me pregunte de lencería para su esposa».


—… ¿No pensará que espero verla con ella puesta?


A pesar de no querer hablar de aquello, Paula frunció el ceño.


—Es tu esposa, Pedro.


—Sí, pero la lencería es… Una declaración.


Ella parpadeó extrañada. ¿Qué clase de matrimonio tenían? Antes de poder decir nada, él continuó:


—De la misma manera que una tostadora es una declaración o unas zapatillas.


—No le compres unas zapatillas.


Lo oyó sonreír al otro lado de la línea y se estremeció.


—Incluso yo sé eso.


Paula suspiró. Estaba en deuda con Pedro y necesitaba unos consejos para hacerle un regalo a su esposa.


—Está bien, así que quieres algo íntimo, pero no demasiado íntimo.


—Así es.


—¿Y no sabes qué regalarle? —preguntó Paula frunciendo el ceño.


—Tengo muchas ideas, pero no sé cuál es la mejor.


—¿Quieres comentarme alguna?


Se hizo una pausa.


—Lo cierto es que esperaba que me ayudaras… En persona. Mañana tenemos un par de horas libres.


Paula sintió la tensión en la espalda justo cuando empezaba a relajarse. Podía soportar recorrer juntos los suburbios de Melbourne, tenerlo al otro lado de la pared de su habitación, pero ¿Ir de compras en busca de un regalo para su mujer?


Se puso de pie y empezó a pasear por la habitación.


—¿Juntos?


—Esa es la idea —contestó Pedro riendo—. A menos que prefieras darme apoyo telefónico.


Lo mejor sería seguir conversando por teléfono. Dudaba que aquellos metros de separación sirvieran para dejar de pensar en él, pero sí le evitarían la frustración de estar junto a un hombre que sabía que no podía tocar. 

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