viernes, 17 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 21

 —¿Te gusta lo que haces?


—Me encanta lo que hago.


—Entonces, eso es lo que tienes que hacer. No dudes de tí misma.


Aquella seguridad la sorprendió.


—¿Y si también me hubiera gustado ser médico?


—Lo habrías descubierto —dijo él encogiéndose de hombros—. La vida te lo habría mostrado.


La convicción con la que Pedro hablaba le resultaba tan desconocida como agotadora. ¿Qué se sentiría al estar tan seguro de todo? Paula se acomodó en su asiento y cerró los ojos unos segundos para humedecerlos.


—Paula…


Pedro estaba allí, acariciándole suavemente la mejilla.


—¿Ni siquiera puedo descansar la vista?


—Te has quedado dormida.


—¿No puedo dormir?


Pedro volvió a acariciarle el pelo. Parecía una manera de disculparse.


—Cuando llegues al hospital, podrás dormir todo lo que quieras. Pero ahora necesito que te quedes despierta, que te quedes conmigo. ¿Puedes hacerlo?


—Claro que sí.


Pero iba a ser todo un reto. Debían de ser las cuatro de la mañana y se había levantado el día anterior a las seis. Llevaba despierta casi veinticuatro horas, sin tener en cuenta los minutos que había pasado inconsciente antes de que él apareciera. Al parecer, acababa de tener otro de aquellos breves desmayos.


—Háblame de tu trabajo —dijo, decidido a mantenerla despierta—. ¿Cuál es tu historia favorita?


Se la contó. Era sobre una anciana de noventa y cinco años, Dora Kenworthy, que había llegado a Australia ocho décadas antes para casarse con un hombre al que apenas conocía y empezar una vida en una ciudad de la que nunca había oído hablar. Era una ciudad llena de proyectos, oro y potencial. Habían sido muy pobres y habían recorrido seiscientos kilómetros desde la costa hasta la ciudad minera que para ellos se había convertido en su hogar. El amor había tardado en aparecer y setenta años después, el corazón de Dora se había quedado roto para siempre tras perderlo. Esa clase de adversidades, de cómo enfrentarlas y superarlas, era casi imposible de imaginar en la actualidad y eran siempre sus favoritas.


—Dora me hace sentir que siempre hay esperanza, por muy difícil que se pongan las cosas.


Pedro frunció el ceño y volvió a apartar la mirada de ella. Pero no porque le hubiera aburrido la historia, a la que había prestado atención desde el principio, sino porque le había llegado muy hondo y estaba asimilándola.


—¿Por qué no se dió por vencida? —preguntó al cabo de unos segundos.


—Porque había llegado muy lejos, tanto literal como figuradamente. Sabía lo importante que era para su marido y no quería defraudarlo. Además, había asumido un compromiso y era una mujer con gran sentido del honor. 

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