viernes, 24 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 40

Después de que Pedro colgara, se quedó un rato más sentada, con el teléfono en la oreja, pendiente de cualquier ruido que pudiera venir de la habitación de al lado. Mantener una conversación con alguien mientras se estaba desnudo implicaba una cierta intimidad. Eso sugería que en la mente de él desempeñaba un papel no sexual, como si de una hermana o una vieja amiga se tratara. Paula frunció el ceño. No quería ser insignificante para Pedro, no quería que la tratara como a una hermana. Solo porque no se estuviese mostrando seductora con él no significaba que no pudiera seguir siendo femenina en su cabeza. Le gustaba lo sexy que se sentía cuando estaba cerca de Pedro. La otra posibilidad le molestaba todavía más. Solo debía de haber tres mujeres con las que se sintiera cómodo desnudo: su madre, su doctora y su esposa. Y ella no era ninguna de ellas. Su cabeza empezó a dar vueltas. ¿No le había dicho que era la primera persona a la que había llamado después de salir de la ducha? ¿O acaso la había llamado para quitarse la obligación antes de acomodarse en la cama y mantener una larga conversación con su mujer? Aquello hizo que su mente empezara a crear otras imágenes, que rápidamente apartó. De una manera o de otra, el comportamiento de Sam le estaba diciendo algo sobre la naturaleza de su relación, que hacía saltar las alarmas. Quizá los hombres no le dieran importancia a estar desnudos mientras hablaban con una mujer por teléfono y Sam tan solo se estuviera relajando después de un día agotador. Se quitó el teléfono de la oreja y lo dejó sobre su pecho.



Pedro se sentó en el sofá de su habitación, cruzó los brazos por detrás de la cabeza y se quedó mirando el techo. No podía ser bueno que aún siguiera tratando de apartar la imagen de Paula de su cabeza. Se la imaginaba recién salida de la bañera, envuelta en un albornoz y rodeada de papeles mientras trabajaba en su transcripción, mientras esperaba a que se acercara a besarla. Habían pasado muchas horas juntos ese día. Había escuchado su suave voz mientras narraba a los escolares el miedo que había pasado tras el accidente y juntos, en el coche que su departamento había puesto a su disposición, habían recorrido Melbourne. Habían trabajado muy bien como equipo. Tenía que evitar aquellas fantasías, puesto que no servían de nada en aquella situación. No era la primera vez que las tenía desde que, semanas atrás, volviera a aparecer en su vida en aquel escenario. Cuanto más intentaba no pensar en ella, más a menudo aparecía en sus pensamientos. Nunca era nada lascivo ni irrespetuoso, tan solo detalles de su sonrisa, del olor de su pelo, del recuerdo de un roce… Pero no había ido allí por diversión. Había ido a ayudar a su departamento. No era culpa suya ser la persona más dulce, fresca y entretenida que había conocido en mucho tiempo.


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