viernes, 3 de junio de 2022

Enfrentados: Epílogo

 -¿Estás lista?


Se alisó el vestido y se ajustó el velo. 


-Sí.


Sonrió a su padre, tan elegante con su esmoquin, a pesar de la silla de ruedas. Cinco meses después de su último tratamiento, el color había vuelto a sus mejillas. Aunque aún estaba demasiado débil para abandonar la silla de ruedas, cada día estaba mejor. El médico había dicho que Miguel Chaves había vencido a la enfermedad. Desde luego no había garantía ninguna, pero a ella le parecía estupendo pensar que tendría más tiempo para estar con su padre. Habían pasado unos días juntos en la caravana mientras Pedro atendía a su programa de formación en Los Ángeles. Esos días junto a su padre habían servido para unirlos, proporcionándole aquel vínculo que llevaba tanto tiempo buscando.


-¿Eh, cariño, por qué lloras? -su padre le tomó la mano.


-Me siento un poco sentimental -dijo-. Y también feliz.


-¿Y nerviosa?


Sacudió la cabeza.


-Yo no me pongo nerviosa.


Su padre se echó a reír.


-De acuerdo, tal vez un poco -reconoció Paula-. Casarse es un paso muy importante.


-El más importante. Por no mencionar apuntarse a la escuela de cocina.


Con Pedro a su lado, esas decisiones no le habían parecido tan difíciles. Llegado el verano tendría su diploma y podría abrir el negocio de catering con el que llevaba toda su vida soñando.


-Con Pedro, con mi diploma y contigo... -suspiró-. Tengo todo lo que siempre he deseado.


-Has perseguido tu sueño, niña. Te admiro por eso -su padre hizo una pausa y le dió la mano-. Me recuerdas tanto a tu madre. Ella tenía ese mismo fuego, esa misma pasión por la vida. Se sentiría tan orgullosa si te viera ahora.


-Ay, papá -Paula se limpió las lágrimas con cuidado-. Me vas a hacer llorar.


Él le dió su pañuelo.


-Tú no eres la única -dijo con voz cargada de emoción.


Llamaron a la puerta y el cura asomó la cabeza. 


-Ya es la hora.


Paula asintió, se alisó la falda y se ajustó el velo una vez más.


-De acuerdo, estoy lista.


Salieron de la habitación a un pasillo que accedía a la entrada de la capilla. Pedro y ella habían querido una boda sencilla, con la familia y unos cuantos amigos, en una capilla cerca de la casa de su padre. Aspiró hondo cuando llegaron a la puerta que daba a la capilla. Un hombre se adelantó para abrir la puerta maciza.


-Un momento -dijo su padre-. Aún no.


Le dió un apretón en la mano y se la soltó. Entonces apoyó las manos en los brazos de la silla y se levantó despacio.


-¡Papá! ¿Qué estás haciendo?


-Acompañando a mi hija hasta el altar -sonrió de oreja a oreja, pero tenía los ojos empañados-. Sólo voy a hacerlo una vez en la vida -le ofreció el brazo y ella lo agarró; entonces se echó a reír-. Ahora soy yo el que está nervioso.


-No te preocupes -dijo Paula mientras le apretaba el brazo-. Yo estoy aquí para agarrarte. 


Entonces dió el primer paso por el pasillo, acompañada por el hombre alto y distinguido cuyo amor le había dado la vida. Una gran ternura le colmó el corazón cuando el organista empezó a tocar la marcha nupcial. Al final del pasillo, Marcos estaba a la derecha, y su mejor amiga, Soledad, a la izquierda. Ana y Horacio Alfonso, los padres de Pedro, estaban en los bancos acompañados por Damián, Luciana y los mellizos. Catalina estaba sentada detrás de ellos, acompañada de Diego y Laura y sus hijos. Incluso Federico había conseguido tomarse un fin de semana libre y había volado para acompañarlos. En el lado de la novia estaban la señorita Marchand y la señorita Tanner. Y también estaba Pedro, muy apuesto con su esmoquin. Sonreía con suavidad, como si la sonrisa fuera sólo para ella.


-Te amo -le dijo moviendo los labios pero sin emitir las palabras, cuando ella llegó al final del pasillo.


Su padre la besó en la mejilla y se retiró. Entonces agarró a Pedro del brazo. En cuanto lo tocó, dejó de sentir aquel revoloteo en el estómago. El amor que llenaba su corazón se multiplicó por mil, alimentado por la felicidad que la recorría de pies a cabeza. Media hora después, el señor y la señora de Pedro Alfonso salieron de la capilla envueltos en una nube de arroz. Después de despedirse de todos, se subieron a la caravana para iniciar su luna de miel. Mientras salían del estacionamiento, Paula vió a Nancy Lewis en la acera con un fotógrafo.


-¿Sólo una? -Paula le preguntó a Pedro.


-De acuerdo. Sólo una.


Estacionó la caravana, y entonces Paula y él abrieron la puerta.


-Sonríe -le dijo a Paula cuando el fotógrafo alzó la cámara y los enfocó. 


-No creo que haya dejado de hacerlo -le dijo ella. 


Pedro se inclinó hacia su esposa y le susurró al oído: 


-Ahora sólo nos falta un bebé.


Cuando las fotos de «La Boda de la Caravana» aparecieron en el periódico de Mercy al día siguiente, la gente de la ciudad juró que Paula Chaves Alfonso jamás había estado tan bella en toda su vida.







FIN

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