miércoles, 8 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 8

A modo de respuesta, Paula arqueó las cejas. ¿Desde cuándo se había vuelto tan segura? Un mes antes, no se habría atrevido a desafiar a nadie de aquella manera. Al parecer, conducir por las montañas, había sacado lo mejor de ella. Además, con Pedro, se sentía segura siendo tan directa.


—Parece que soy el único que piensa que estoy mejor aquí contigo.


—¿Te han ordenado que volvieras? ¿Por qué?


La observó a través del espejo. Ahora que su brazo había quedado liberado, Paula podía mover más el cuerpo. Se giró a pesar del dolor y lo miró por primera vez a la cara. Le costaba respirar. No se lo había imaginado… Al verlo a trozos por el espejo le había parecido interesante. El conjunto era impresionante. Había algo casi felino cuando sus facciones se unían: Cejas arqueadas sobre ojos azules almendrados, pómulos altos, mentón prominente…


—¿Por qué, Pedro?


—Está bien —dijo él, colocándose entre el espacio que había entre los asientos delanteros y bajando la voz como si fuera a compartir un gran secreto y alguien pudiera oírlos—. No solo estamos apoyados contra un árbol, Paula, ni en una colina. 


Paula agradecía que hablara en plural para darle las malas noticias, como revelaba su cuerpo.


—¿Dónde estamos? —preguntó mirando la oscuridad que los rodeaba.


Recordó que un rato antes había estado pensando que estaba en la antesala de la muerte.


De pronto, cayó en la cuenta. Pedro había bajado hasta ella haciendo rápel. La primera vez que había intentado abrir la puerta, había oído piar a un pájaro al lado de su ventanilla y no encima. También había oído las ruedas acelerando en el aire después de que el coche se detuviera. Su corazón dió un vuelco.


—¿O debería preguntar a qué altura estamos? 


Vió la verdad en sus ojos y sintió un fuerte dolor en el pecho. No le gustaban nada las alturas.


—Oh, Dios mío…


—Tranquilízate, Paula. Estamos a salvo. Pero no sabemos qué daño ha producido el impacto al árbol.


Se quedó mirándolo.


—Y no te gustan los imprevistos.


—Así es.


—Pero estás aquí conmigo.


—He asegurado el coche.


—Tienes que irte.


—No.


—Pedro…


—Pronto amanecerá. Quiero estar aquí para entonces.


¿Para el rescate? ¿O para cuando viera lo que había, o no había, debajo de ellos y se viniera abajo? Volvió a mirar hacia fuera a través del parabrisas resquebrajado. Lo único que impedía que se cayera a través del parabrisas era el cinturón de seguridad. Volvió a mirarlo. No quería estar sola, pero tampoco quería que el hombre, que con tanta atención la estaba cuidando, corriera peligro. 

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