miércoles, 22 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 32

 —Sí, me lo dijiste. Pero también lo hace tu padre e imagino que habría hecho lo imposible por estar ahí si hubiera sido tu madre la que iba a recibir el reconocimiento de su país y a estrechar la mano del gobernador.


Sintió un nudo en el estómago. También se le había pasado por la cabeza.


—¿Me estás dando consejos de pareja? ¿Tú?


No se le escapó el tono con que preguntó aquello y al instante se sintió dolida.


—No. Eso sería como pedirme a mí que te sacara de un coche accidentado en medio de la montaña. No tengo esa habilidad, pero sé algo de las personas. Estoy acostumbrada a leer entre líneas.


—Mi relación con Micaela no es tema para el libro.


—¿Piensas que tu esposa no es de interés en la historia de su vida?


Pedro arrojó bruscamente su servilleta sobre la mesa. Era su manera de decir que la conversación había terminado.


—Si quieres que aparezca en el libro, pídele permiso a ella.


—La estás protegiendo.


—Por supuesto, es mi esposa.


—La quieres.


—Es mi esposa —repitió.


—¿Por qué te pones tan a la defensiva? —preguntó ella, ladeando la cabeza.


—¿Por qué insistes tanto? ¿Te molesta que no te dijera que estaba casado? Conocí a Micaela por uno de mis hermanos, estuvimos juntos dos años y nos casamos. Fin de la historia.


Aunque no era cierto. Había mucho más en su historia.


—¿Por qué no me hablaste antes de ella? —dijo inclinándose hacia delante y bajando la voz—. Tuviste muchas ocasiones.


Aquella era una pregunta peligrosa. Tal vez era porque había sentido que algo surgía entre ellos en aquel rincón de la montaña y no había querido que se evaporara. ¿Tan desesperado estaba por sentir un poco de atracción?


—No era asunto tuyo. 


Paula cerró los puños sobre la mesa y esperó unos segundos para serenarse. Sam pensó que aquello le recordaba a algo.


—Yo… —comenzó, pero apretó los labios y se echó hacia atrás.


Pedro cayó en la cuenta de lo que le recordaba. Tenía el mismo aspecto que en la montaña. Estaba tan pálida y tensa como meses atrás, el día del accidente, y no pudo evitar que los recuerdos surgieran. Se había sentido muy unido a ella en mitad de la oscuridad. Le había impresionado lo calmada que se había mantenido en aquella situación y lo abierta que había sido con él al confesarle sus miedos. Al parecer, la sensación había sido mutua.


—Te debo una disculpa, Pedro. Las horas que pasé en aquella montaña fueron tan intensas que creo que… Les he dado demasiada importancia. Aquel día cambió mi vida, pero para tí fue un día más de trabajo. Con razón te sientes incómodo con la distinción y con mi obsesión de tenerte en mi libro —dijo y apagó la grabadora—. Lo siento.


Pedro sintió un nudo en el estómago. Estaba siendo un canalla.


—Paula…


—Quería hacer algo tan importante para tí como lo que tú hiciste por mí aquel día. Lo único que puedo ofrecerte es mi interés y recoger tu historia en mi libro. No puedo ofrecerte nada más.


—No hace falta que lo hagas.


—Necesito hacerlo, necesito equilibrar la balanza —dijo y tomó su bolso—. Pero me imaginé que había surgido una conexión, y lo siento.


—No te vayas…


—Ya he hecho el ridículo una vez contigo. Debería aprender de mis errores.


Aquel beso… Así que ella lo recordaba también. 

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