lunes, 6 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 3

 —Lo oigo —dijo la voz aliviada—. Enseguida llegaré a usted. Voy a asegurar el coche.


Entre un pequeño bandazo y un enorme estruendo apenas transcurrieron unos segundos, y a continuación sintió que el peso del coche cambiaba. La sacudida cambió la dinámica de las partes retorcidas de su asiento y modificó la presión que sentía su pierna herida. La sensación no fue agradable y volvió a tocar la bocina.


—¡Alto! —gritó la voz.


Por encima de ella oyó el eco de aquella palabra, pero no de la misma voz. La tensión cesó y el vehículo crujió, mientras caían cristales de su parabrisas.


—¿Está bien? —preguntó la voz.


Ella tragó saliva para olvidar el dolor y humedecer la garganta.


—Sí. Pero mi pierna está atrapada bajo el salpicadero.


Esperaba que cayera en la cuenta de que al asegurar el coche, su dolor se estaba intensificando. No tenía ni la energía ni el aliento necesario para explicarlo.


—Lo tengo —oyó que decían por encima de su techo, pero no sintió ningún movimiento.


Luego, oyó ruidos en la ventana trasera del lado del copiloto.


—¿Alguna otra herida?


De pronto oyó el sonido de un mazo.


—No lo sé.


—¿Cómo se llama?


Esta vez, la voz venía de encima del parabrisas. ¿Para avisar a sus parientes más próximos? ¿Para dar a sus padres un motivo más por el que pelearse?


—Paula Chaves.


Oyó que repetía su nombre a quien fuera que había hablado unos minutos antes.


—¿Es alérgica a la morfina, Paula? —preguntó, esta vez mucho más cerca.


—No lo sé.


Tampoco le importaba. El dolor de su pierna había hecho que empezara a dolerle todo el cuerpo.


—Está bien…


Oyó más crujidos desde detrás de la rama del árbol contra la que su Honda había chocado y giró el cuello hacia el asiento del copiloto. De repente la oscuridad se tornó en una luz blanco azulada que entraba por la ventana, rodeando la rama, y descansaba sobre el salpicadero del coche. Parpadeó en protesta por aquella luz deslumbrante. Pero una vez su vista se ajustó, fue consciente del horror de su situación. Miró hacia donde su pierna desaparecía en el revoltijo de lo que antes había sido la consola de la dirección, bajo su brazo derecho, atrapado entre el asiento y la puerta. Luego, volvió a mirar el trozo de árbol que pasaba junto a ella hasta la puerta trasera. 

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