miércoles, 8 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 6

 —Voy a tener que echar un vistazo a tu brazo, Paula. Quédate muy quieta.


Lo hizo, a pesar de que no sentía nada. Su brazo llevaba tanto tiempo atrapado que ya ni le molestaba, aunque parecía preocuparle a Pedro. Lo sintió cambiar de postura y acercarse a la puerta del conductor.


—¿Recuerdas cómo ocurrió el accidente? —preguntó mientras no paraba de moverse.


—Estaba circulando por la A-10. Todo iba bien y de repente el coche derrapó. Entonces… —dijo y se estremeció—. Recuerdo el impacto. Luego estuve un rato inconsciente —añadió con respiración entrecortada— . Luego me desperté en este árbol.


Su respiración sonó exageradamente pesada en medio del silencio que se hizo.


—Parece que había una mancha de aceite en el asfalto. Alguien de la zona también derrapó, pero pudo detener el coche a tiempo. Entonces vió las luces traseras de tu coche y avisó.


«Gracias a Dios que lo hizo. Podía haber estado aquí días». Paula levantó la cabeza para ver por el espejo lo que estaba haciendo detrás de ella.


—Pedro, no te preocupes de si va a dolerme. Haz lo que tengas que hacer. Soy fuerte, a pesar de lo que he dicho antes del dolor.


Sintió que se quedaba inquieto.


—¿No sientes esto?


La preocupación de su voz disparó los latidos de su corazón.


—Tienes el brazo atrapado aquí atrás. Creo que se ha dislocado. Lo he soltado un poco y voy a intentar empujarlo hacia delante, pero pueden ocurrir dos cosas. O no sientes nada una vez quede libre, lo cual querrá decir que está seriamente dañado, o volverás a tener sensibilidad una vez quede libre. Si es así, va a dolerte mucho.


Sintió un tirón, pero no dolor.


—¿No me aliviará el néctar de hormiga?


—No habrá hecho efecto todavía…


Con un desagradable crujido, su brazo quedó liberado y Pedro lo empujó hacia el asiento delantero. Sintió un fuerte dolor al recuperar la sensibilidad. Una sensación de quemazón recorrió su brazo desde el hombro. Él enseguida le acarició el pelo.


—Ya ha pasado lo peor, Paula —murmuró—. Ya está.


Se balanceó en el asiento, conteniendo la respiración y las lágrimas, soportando el dolor, deseando ser tan valiente como Pedro por haber ido a buscarla. Entonces, mientras el néctar de hormiga y su propia adrenalina hacían efecto, el balanceo se detuvo y su cuerpo se relajó, dejando de luchar contra la sujeción del cinturón de seguridad.


—¿Mejor?


De nuevo, aquella voz cálida detrás de ella. Levantó los ojos hacia el espejo retrovisor y alzó la mano para ajustarlo. Al primer intento falló, pero enseguida pudo hacerlo y se encontró con su mirada.


—Gracias —susurró.


Le estaba muy agradecida por acompañarla y no dejarla a solas con sus pensamientos y su temor a la muerte, y nunca podría agradecérselo lo suficiente.


—De nada. Siento mucho que te duela tanto.


—No es culpa tuya. Y ya se me está pasando —dijo, empleando aquellas palabras para describir los intensos pinchazos que sentía del brazo y de la pierna derechos—. Ya puedo respirar y hablar mejor.


—No te pongas muy cómoda. Nos queda mucho por hacer.


—¿Es hora de salir?


Esperaba que sí. Cada vez que el coche crujía y se movía, el aire se le quedaba en los pulmones. 

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