viernes, 24 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 36

 —Eso dice la gente. Supongo que es porque no tienes lazos emocionales conmigo. Es como si estuvieras hablando con el camarero de la barra de un bar.


—Es evidente que no vas mucho a bares. Eso solo ocurre en las películas. Además, no somos desconocidos, somos amigos, ¿No? No importa la situación tan peculiar en la que nos conocimos.


Paula asintió. Temía que, si abría la boca, en lugar de palabras se oyeran los latidos de su corazón.


—Así que no es cierto que no haya lazos emocionales entre nosotros —añadió Pedro.


Se quedó sin respiración. ¿Qué podía decir a eso?


—Además —continuó él, y tomó la grabadora para apagarla—, también está el beso.


Se sintió avergonzada. ¿De veras esperaba que no saliera el tema? Había dedicado mucho tiempo en los últimos meses a analizar aquel beso. Y aunque se arrepentía de haber actuado por impulso, especialmente después de conocer que había una señora Alfonso, lamentaba habérselo dado.


—Fue culpa mía, Pedro.


—No buscaba una disculpa, pero creo que tenemos que hablar de ello para superarlo.


—No creo que hablar de ello sirva para explicarlo. Estaba asustada y eras el único que estaba allí para ayudarme. Necesitaba un poco de… Contacto.


—Paula, no tienes que justificar por qué lo hiciste.


—Entonces, ¿Por qué hablar de ello? —preguntó Paula frunciendo el ceño.


—Porque no puedo dejar de darle vueltas. Yo estaba trabajando y tú eras la herida. Entiendo perfectamente por qué lo hiciste. Lo que no consigo entender —dijo atravesándola con sus ojos azules—, es por qué te lo permití.


Sintió un nudo en la garganta. Estaba sentada en un avión, camino a otra ciudad con un hombre casado al que había besado, hablando de aquel beso…


—No te dí otra opción…


—Estabas sujeta a tu asiento. Podía haberme apartado de tí. ¿Por qué no lo hice? ¿Y por qué no lo he olvidado?


Difícilmente podía haber sido por una atracción incontrolable. Una mujer llena de sangre y suciedad, mojada por su propia orina… Se quedó mirándolo y sacudió la cabeza.


La azafata anunció por la megafonía de que estaban empezando el descenso hacia Melbourne. No tenía ni idea de lo que Pedro esperaba, así que forzó una sonrisa.


—Un misterio para la eternidad.


—¿No te molesta? —preguntó él entornando los ojos.


—Me molesta haberte besado y me avergüenzo por ello.


—¿Eso es todo?


—Voy a ir a… Enseguida vuelvo.


—En algún momento vamos a tener que hablar de ello, Paula —le dijo antes de que se fuera. 


Se fue al baño antes de que se encendiera la señal luminosa que indicaba que se pusieran los cinturones. Había huido de la conversación más bochornosa de su vida. Volvió y se abrochó el cinturón como si fuera lo único que podía salvarle la vida.

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