miércoles, 22 de junio de 2022

Mi Salvador: Capítulo 35

Una vez sentados en el avión, se entretuvo con una revista, pasando páginas que no leía. Eso la ayudaba a no pensar en cómo su muslo rozaba el de Pedro y en cómo iba a sobrevivir tres días junto a él.


—Creo que podríamos aprovechar este tiempo para conocernos mejor.


—¿Cómo? —preguntó sorprendida.


—Para tu libro. No terminamos la entrevista. 


—Creo que lo estropeé con mi última pregunta.


—¿Qué pregunta? Pensé que habíamos quedado en olvidarla. ¿Llevas la grabadora?


—¿Estás seguro? —preguntó sacándola del bolso—. Tendré que preguntarte sobre Micaela.


—¿Por qué no empezamos por ahí?


Paula bajó la bandeja y colocó encima la grabadora.


—¿Cuántos años tenías cuando te casaste?


—Veintiuno.


Aquello la convertía en una solterona de veinticinco años.


—Muy joven. ¿Es una cosa católica?


—No, es una cosa de los Alfonso. No nos gusta perder el tiempo — contestó sonriendo.


—¿Cómo sabías que estabas preparado para dar el paso?


—Lo supe. Además, Mica llevaba años formando parte de mi familia por su amistad con mi hermano —dijo y bajó la mirada a la grabadora para evitar mirarla a los ojos.


—¿Qué piensa del trabajo que haces?


—No le gusta. Las horas, la falta de rutina… A ella le gustan los hábitos.


—¿Y el que asumas tantos riesgos?


—No le gusta pensar que pueda quedarse viuda. La incertidumbre económica, lo entiendo.


Paula se conmovió ante la tristeza que trasmitía su voz. Defender a su mujer parecía algo automático en él. Micaela no estaba preocupada por perderlo, sino por perder a su esposo y, al parecer, la mayor parte de los ingresos de su hogar.


—¿Nunca te has planteado dejar el departamento de búsqueda y rescate?


—Cuando tengamos hijos, sí.


—Lo cual todavía no ha ocurrido.


Antes de terminar de pronunciar aquellas palabras, supo que había sido un error, pero él no reaccionó. Al menos, no de la manera en que lo había hecho cuando había sugerido que su matrimonio no era estable. Esta vez sus ojos reflejaron dolor y le dolió al verlo. 


—¿Vives en Hobart? —preguntó Paula cambiando de tema.


—Las oficinas del trabajo de Mica están allí, así que fue necesario mudarnos para que pudiera llevar a cabo su proyecto.


—Todo un logro, teniendo en cuenta lo joven que es.


—Estaba muy contenta el día en que me dijo que la habían ascendido.


Hacía mucho tiempo que no la veía tan animada.


—¿Te importó mudarte, alejarte de tu familia?


—Ambos pensamos que sería una buena idea para ambos empezar nuestra vida en un lugar diferente.


Estaba segura de que tenía que haber alguna otra razón.


—Debió de ser duro. Pero al menos os teníais el uno al otro.


Pedro asintió. Las sombras de sus ojos desaparecieron y se quedó mirando a Paula fijamente.


—Es muy fácil hablar contigo, Paula.


Se sintió halagada con aquel cumplido, pero no podía permitir que le afectara. 


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